martes, 21 de julio de 2015

FLORILEGIO OSCURO

Anfitrión Doctor Mortis
 En  la  Quinta  Anormal puedes  hallar  historias  de los escritores más variopintos. El siguiente relato  se compuso hace más  de  20 años, en una   solitaria cabaña  con vista  a  la  playa  chica de  Cartagena, Chile.
Yo,  Mortis,  lo propongo a  vuestra  consideración.



EL FLORILEGIO OSCURO

  

1
El libro “FLORILEGIO OSCURO", según los especialistas, lo constituían diferentes encantamientos de brujas medievales, y sus respectivos contra conjuros recopilados por la Orden de Predicadores en la vieja época de la Inquisición española.  Como de muchos otros objetos de colección, se contaba la leyenda de una terrible maldición que recaería sobre todo aquel que se atreviera a poseer, y peor aún, leer el contenido del volumen.  La historia se remontaba al siglo XVII, después que uno de los más grandes inquisidores, Fray Lope de Granada, azote de judíos y moriscos, fue él mismo acusado de brujería, pues se le sorprendió practicando los conjuros contenidos en la obra citada, misma de la que él, por lo menos en cuanto a la recopilación, era el autor.  Algunos historiadores piensan que cuando realizaba la investigación y redacción del texto, el hombre de Dios se vio tentado por las fuerzas del Maligno, cayendo en el pecado gravísimo de hechicería cuya única purga posible era la muerte.  Aquí las leyendas tienden a multiplicarse, ya que por un lado se dice que Fray Lope fue entregado al poder secular que lo decapitó.  Otros, en cambio, afirman que fue enviado a evangelizar a los moros donde lavó su falta con el martirio.  En todo caso, ambos relatos refieren las palabras del clérigo contra la obra en una estrofilla que se puede leer en la primera página de la misma:

“Anide en ti la desdicha,
Obra de muerte y pecado,
Y por mi palabra dicha
Y por tus cuatro costados
Todo aquel que en tu presencia
Busque conocer arcanos
Que sepa el sino de antemano
Muera en dolor y en demencia.”

            Algunas víctimas habría cobrado el libro, documentadas por lo menos seis.  Dos de ellas fueron muy publicitadas pues se trataba de conocidos coleccionistas, por supuesto, todo dentro del ambiente, noticias que nunca verías en un noticiario. Hace  50 años,  Nikos Alasis, millonario dueño de una enorme flota de cargueros, adquirió la obra después de la muerte de su hija mayor.  Desesperado buscó la forma de consolarse, y cuando el dolor es tan grande se tiende a dejar atrás incluso las convicciones religiosas. Alguien le habría asegurado que el Florilegio Oscuro, encontraría alguna manera de contactarse con su querida hija.  No sé de donde lo sacó, pero se dice que una vez conseguido, pasó dos días leyéndolo, buscando respuesta a su requerimiento.  Al tercer día comenzó a gritar horriblemente; sus sirvientes presurosos llegaron en su ayuda.  Hallaron a un Nikos Alasis golpeándose la cabeza con furia espantosa contra una de las gruesas paredes de piedra de su salón de estudio.  Cuando lograron detenerlo, se desmayó.  Alterados rápidamente llamaron a su médico, sin embargo, no fueron lo bastante preventivos.  Si se trata de un loco, las precauciones deben duplicarse; en efecto, una vez hechas las llamadas, dicen que al volver donde su patrón, pudieron ver cómo, con el soporte de un grueso trofeo de bronce, se rompía la nariz tan violentamente, que toda la base nasal penetró hasta el cerebro, lo que le ocasionó la muerte.
            El otro caso, apenas hace 25 años,  resultó ser el de un connotado lingüista que vivía en el sur de Chile, en un fundo dedicado a las viñas.  Allí mantenía contacto con otros expertos, historiadores, políglotas, clérigos, con los que sostenía conversaciones infinitas sobre esto y aquello.  Se cuenta que el día en que iba a celebrar una reunión con sus amigos, para presentarles su nueva adquisición, fue hallado en su estudio con un removedor de ceniza de chimenea incrustado por el ojo izquierdo, y no sólo eso, antes de morir, habría logrado sacudir el objeto dentro de su cráneo por algunos segundos.
            Dos muertes, al menos documentadas, y relacionadas de algún modo con el “Florilegio Oscuro”, por eso, cuando Juanjo Valdés llegó esa mañana a mi local con el volumen, sencillamente no lo podía creer.                  

2
- ¿De dónde lo sacaste? –le pregunté a Juanjo, sin todavía dar crédito a lo que tenía enfrente.
- La historia es larga, pero te la cuento sin drama -además de ser uno de mis más valiosos proveedores, Valdés resultaba ser un buen cuenta cuentos, un bono extra por cada una de las maravillas que me había traído en los cinco años de conocerlo- Todo gracias a mis viejos contactos con las monjas A...  Buena gente, sabes, pero como dice el viejo chiste: Entre las tres cosas inútiles que  hay en este  mundo: que llueva en el pavimento, los cursos de idiomas y...  predicarle a las monjas.  Estas señoras tienen en sus conventos algunas de las bibliotecas más increíbles de todos los tiempos, pero no las valoran en lo más mínimo.  Me enteré que las del Convento del Carmen se cambiaban de sede, así que me fui para allá y charlando con el jardinero me vi en la privilegiada situación de entrar en su vasta bodega de libros, un miércoles en que ellas andaban de retiro no sé dónde.  – Aquí Juanjo hizo una pausa para encender un cigarrillo—Me deslicé entre las sombras, y a mi gusto y paciencia, pude hallar algunas joyas, pero baratijas al lado de esta lindura.
- ¿Qué más encontraste?
            - Una dulzura a la vez.  Por ahora quisiera saber si tienes comprador para esta belleza.
- ¡Claro que sí! A pesar de su fama, está en la red como uno de los más buscados.
- Déjamelo para hacerle algunas fotografías, digitalizarlas y enviarlas.
Juanjo dio una bocanada.
- No hay drama –contestó- eres mi comprador estrella ¿Te parece que vuelva en una semana?
- Más que suficiente.  Si tengo noticias antes, te aviso.
- O k.
            Aquella noche, era claro, no podía dejar la obra en mi local.  Jamás me han robado, pero cuando tienes una belleza como el Florilegio Oscuro, no tienes otra estrategia que tenerla lo más cerca posible del corazón.  Así que luego de envolverla en una fina tela de seda que uso con obras de la misma importancia, lo llevé conmigo a casa.  No lo sabía entonces, pero llevaba a un mensajero de la muerte conmigo
            Una vez en casa, de inmediato revisé el texto.  Estaba muy emocionado.  ¡Cómo no si tenía en mis manos una de las obras más buscadas en el ámbito de la hechicería, aunque no creyera en ella! ¿Cómo no iba siquiera a deslizar mis ojos por tan controvertidas páginas? ¡Quién habría podido resistirse? Yo no. 
Cómodamente sentado y alumbrado generosamente por mi lámpara de trabajo, abrí con muchísimo cuidado el libro.  El empaste era muy rústico, comprensible para una obra de manejo privado.  Sus hojas eran gruesas, ásperas, pero muy bien conservadas.  La tinta era de la mejor calidad.  El tipógrafo demostró maestría al combinar claridad y belleza.  El latín era impecable, muy simple por cierto, lo que denotaba una cultura más bien práctica que especulativa.  No obstante, lo que más llamó mi atención fue el extraño olor que despedía el texto.  Todos los buenos libreros saben que el aroma de un libro habla de la historia del mismo, de su fabricación, de sus dueños, de su exclusividad.  Hay olores como a piel antigua, también a acelgas secas, o a madera mojada.  Mucho del papel y del pegamento nos revela de dónde viene la obra.  Sin embargo frente a mí había un olor nuevo, más bien, diferente...  y tan fuerte que me obligó a retirarlo.  Desde pequeño he sufrido terribles cefaleas, migrañas espantosas que más de alguna vez me lanzaron a la cama con ganas de romperme el cráneo contra la pared.  El olor que surgió del texto me provocó un dolor de cabeza fuertísimo, similar a los que estoy acostumbrado a soportar.  Me vi obligado a correr hasta el botiquín y consumir una gragea del más poderoso de mis analgésicos.  Como experto conocedor de dichos dolores, mojé mi rostro y mi nuca para refrescar el sistema nervioso.  Esperé unos momentos, que sí fueron muy efectivos y volví al estudio del libro.
           
3
            El olor del texto que en principio me provocó tanto dolor, poco a poco fue convirtiéndose en uno de los más exquisitos aromas que haya podido disfrutar.  Por supuesto, este placer extra colaboró enormemente en la lectura del grueso volumen.  El latín, el griego e incluso el hebreo nunca han sido problemas para mí, así que pude hacer un prolongado reconocimiento con el que  comprobé que este  libro  era una de las colecciones más completas acerca de hechizos, entuertos y ceremonias de magia negra.  Invocaciones al Maligno, mal de ojo, maldiciones, muertes por encargo, incluso una espantosa colección de iniciaciones tan horribles que prefiero no recordarlas ahora.  Lo que sí me llenó de escalofrío fue la copla final, no ya una advertencia, sino un anatema, el mismo que traduje al principio de este relato.  Y en lo sucesivo pude comprobar lo certero del mismo. 
Aquella noche me acosté tarde, muy cansado por el exceso de trabajo, y más o menos con una lista mental de los posibles clientes.  Mañana, pensé, será un día ajetreado.  
Puedo describir mi despertar semejante a lo que debe sentir el paciente de un acupunturista principiante.  Algo como una aguja, exactamente así, me sacó del sueño produciéndome un dolor enloquecedor.  Justo en medio del cráneo, detrás del ojo izquierdo, se había concentrado la madre de todas las migrañas.  Mis brazos estaban sumamente agarrotados y sólo tendían a sujetarme la cabeza, e incluso presionarlo, intentando, vanamente, de producir alguna destrucción de lo que me causaba aquel sufrimiento.  Corrí como pude hasta el botiquín donde tengo mis medicamentos, y entre violentos espasmos y gemidos espantosos, logré consumir la lunática cantidad de seis “migra-cerox”, el más demoledor de los analgésicos capaz de lanzarte a la cama por días completos.  Dos ya eran peligrosos, seis sencillamente mortales.  No obstante, el ataque que sufría rompía toda proporción, y yo no estaba para medidas.  Me quedé allí, mojándome la nuca, temblando.  Nunca una cefalea había sido tan repentina ni tan horriblemente fuerte.  Incluso el miedo se apoderaba de mi conciencia ante la posibilidad de llegado el fin por algún odioso tumor, única explicación que se me ocurría.  Una enorme cantidad de imágenes cruzó mi afiebrada y casi vencida mente.  Torrentes de figuras brumosas llenaron mi imaginación, las que, al rato, debo decir, hubiera preferido, ya que el intenso dolor aumentada dramáticamente.  Las punzadas parecían querer llegar hasta el cerebro.  Atravesaban mi cabeza desde la base de mi nariz, con la insistencia de un voraz ejército.  Gruesas lágrimas caían desde mis enrojecidos ojos.  Mi respiración, agitada como un animal cansado, se entremezclaba con la debilidad de mis piernas.  Todo mi cuerpo estaba siendo convertido en una masa inestable de dolor.  Mi propia humanidad desaparecía ante mi conciencia, listo para ver estallar mis sesos y ahí recién descansar.
            Pero la hecatombe no vino, sólo punzada tras punzada entrando más y más.  Entonces tuve una descabellada idea: destruir de raíz la acusa de mi sufrimiento ¿Y cómo? Con una aguja, lo suficientemente larga como para llegar al mismo centro de mi locura para allí “matar” a lo que me estaba matando.  Igual que la desesperada víctima de un dolor de muelas que comienza a rasparse para disminuir la molestia.  Yo haría lo mismo en mi cráneo.  Además, poseía tal objeto.  Dentro de mi colección personal, guardo una enorme hipodérmica de principios de siglo con la que se vacunaba a las reses en el campo.  Así que a pesar de mi debilidad, fui hasta mi estudio y allí, junto a otras maravillas, en una vitrina expuesta a la vista, se hallaba el objeto.  Caminé hasta el mueble ya sin sentido casi.  Todo me daba vueltas, mis piernas amenazaban sucumbir de un momento a otro.  En un ataque de trastorno, me di de portazos en la frente, herida de la que aún guardo la cicatriz.  Caí al suelo como fulminado, a pocos metros de la hipodérmica.  Allí, perdí el conocimiento.

4
            Desperté en la cama de un hospital.  Me dolía mucho la cabeza, aunque no con la intensidad de lo que podía recordar.  Traté de incorporarme, pero el suero conectado me dejó inutilizado por el momento.  Me sentía terriblemente cansado, como si me hubiese batido en formidable batalla contra el dragón de San Jorge.  Me costaba respirar por una molestia en el pecho.  Sí, estaba muy, muy adolorido, pero con vida.  ¿Qué me había ocurrido? A los pocos días lo supe.
            Primero, de no haber sido por la tremenda cantidad de analgésicos ahora no podría estar contándola, en efecto, el terrible mareo que me quitó el sentido no fueron causados por la cefalea sino por los Migracerox, es más, su poder calmante fue tan fuerte que mi sistema no lo soportó, y, siendo sinceros, eso me salvó la vida..  Segundo, gracias a la señora de la limpieza que me halló en la mañana, llamando inmediatamente a la ambulancia.  Estos dos hechos me salvaron.  Después, tras una serie de exámenes, los médicos lograron determinar el origen del ataque que había sufrido.  Pues en el maldito libro, viviendo y reproduciéndose hace siglos, se encontraron unos ácaros inofensivos mientras están fuera del cuerpo, pero mortales si por causalidad los absorbes, por ejemplo, por vía aérea.  Sí, el extraño dolor de cabeza que sufrí al principio de mi revisión del libro me indicó la entrada en mi sistema biológico de estos microorganismos, los cuales poseían la útil estrategia de luego enmascarar su presencia como si fueran un agradable aroma.  Entre más lo olía, más de estos bichos entraban en mí, haciendo una pequeña colonia en mi cabeza.  Luego producían la autodestrucción por el terrible dolor que provocaban, quedándose en el cuerpo que aunque muerto les significaba una fuente de alimento en abundancia.  Ante un aparente suicidio de las víctimas nada había que investigar.  En mi caso, no obstante, las terribles migrañas que siempre había sufrido me prepararon para resistir mientras lograba consumir mis medicamentos, que pudieron al final sacarme de la batalla.  Es curioso, pero la batalla contra los ácaros la gané por abandono.
            Pocos días después logré vender el libro con las advertencias del caso.  Supe que el coleccionista lo tiene en una vitrina hermética de dónde nada sale y nada entra.  Antes lo hizo digitalizar, con mascarilla y todo, así que puede disfrutar del contenido sin dificultad.  Por lo menos me queda el honor de haber descubierto el misterio del “Florilegio Oscuro” y de ahorrar a otros en el futuro, y menos afortunados, el mal rato de una muerte tan espantosa.  Ahora entiendo lo que quiso decir Fray Lope de Granada con:

“...Muerte en dolor y en demencia.”


2 comentarios:

  1. ¡Te pasaste, compadre! La manera de rematar esta historia, al más puro estilo de "Los Expendientes-X", con cierta ciencia ficción, me pareció genial. Sinceramente he disfrutado mucho con tus ficciones y me alegro de haber dejado esta para el final (en lo que a actualizarme con tus historias se refiere)...algo así como un postre de esos finos que degustas feliz de la vida. Por último, sabes agregar muy bien esos versos con los que complementas la narración, tal como ya había leído en el cuento de "El Escorpión y la Rata" y con los que imitas muy bien este tipo de recursos literarios.

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  2. Estimado Elwin:Como de costumbre me alegra muchísimo que mis escritos tengan tan buena acogida de tu parte, ya que eres un gran lector y un experto en el lenguaje como lo indica tu título de profe. Estoy atento a cualquier tipo de indicaciones y a ver si lo que viene también es de tu agrado, gracias.

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