miércoles, 22 de julio de 2015

EL ANTICRISTO I

Anfitriota:  Hildegard von Bingen
Quiero comenzar estos post  relacionados  con  las  fuerzas  espirituales  que  mueven lo humano  con una rúbrica instalada en el inconsciente colectivo  de  occidente, aunque  el mundo musulmán tiene  su equivalente: El Anticristo, una figura extraña pero a la  vez  seductora que  molesta a cierta  teología  moderna, pero que algunos pensadores han  sabido  entender en  su misterio e  importancia,  no sólo a cierta categoría mítica de alguna fe religiosa,  sino como una comprensión de  la  Historia, proveniente de una fe religiosa. Entendido así, la  Categoría "Anticristo" representa  un punto de  vista  válido par comprender  no sólo a  la fe  que la engendra, sino también a los análisis realizados  desde  esa  visión.  Nos  hallamos pues, frente a una forma de teología de la Historia, que, como tal, nos entrega  sugerente  información sobre  las bases filosóficas que la sustentan. Para  algunos puristas esto no tendría  que  ser  admitido de  ninguna  manera  en ninguna  concepción de  la  Historia, sin embargo, en la  nada  desdeñable época de tolerancia "pluralista", no laica, el presente  intento de  comprensión  intrahistórica es totalmente  válida.

El primer artículo pertenece  al filósofo y teólogo alemán Josef Pieper,


   
SOBRE EL ANTICRISTO

Fragmento del Capítulo III de "El fin del tiempo", Barcelona, Herder, 1984.  

"No cabe mencionar ningún lapso, ni pequeño ni grande,
tras el cual haya que esperar el fin del mundo".
 Santo Tomás de Aquino, "Contra impugnantes Dei cultum et religionem", 3, 2, 5; nº 531.
                                                                                 
                                     


(Fragmento) 
 1. En la tradición del pensamiento occidental acerca de la historia, el estado final intratemporal tiene sobre todo un nombre: reinado del Anticristo. Es necesario, por tanto, interpretar con la mayor precisión posible el sentido de tal expresión.
En principio el nombre de "Anticristo" tiene un cierto eco extraño para el oído moderno. Pero lo que tal nombre connota y señala de realidades intrahistóricas sí que le es perfectamente familiar y bien conocido al hombre contemporáneo. Aunque por ese "hombre contemporáneo" no se ha de entender ciertamente toda persona que vive hoy en cualquier parte del mundo, sino más bien quien con el sentido despierto y diríamos que desde dentro ha conocido y vivido las últimas cosas ocurridas en la historia humana (los regímenes totalitarios, la "guerra total").
En la historia espiritual de la "edad moderna" ha sucedido con la representación del Anticristo lo mismo que con la representación de un estado final intrahistórico y catastrófico. Todo ello pasaba por ser simplemente "la más tenebrosa edad media". Veinte años después de la Historia de la humanidad de Iselin, coetánea de la Crítica de la razón pura de Kant, publicó el suizo Corrodi una Historia crítica del quiliasmo (1781-1783), en cuyo prólogo se dice que "la historia de la exaltación es útil porque preserva de recaídas", además de que proporciona "abundante material para la diversión". Entre tanto esa falta de presentimiento reflexiva e ilustrada ha asumido más bien un carácter patético. Lo mismo puede decirse de la teología, incluso de la teología perfectamente eclesial y ortodoxa de aquella época, que suele poner todo el empeño en suscitar una actitud marcadamente ilustrada frente a las "antiguallas" de la concepción medieval del Anticristo, para lo cual se aducen argumentos muy "modernos". Así, un historiador de la Iglesia tan importante con Döllinger alude a la "ampliación geográfica del horizonte" para explicar lo difícilmente imaginable que resulta una persecución de la Iglesia a escala mundial; para Döllinger es "algo casi inconcebible (...) un poder mundial que pudiera acabar al mismo tiempo con todas las Iglesias en todos los continentes y en las islas todas". Entretanto, ese "algo inconcebible" se ha convertido en algo evidente a todas luces para el hombre contemporáneo. Difícilmente habrá ninguna otra cosa con perspectivas de funcionar tan bien como esa simultaneidad de acontecimientos, debida a la técnica, en todos los puntos del planeta, incluidas las "islas". Sobre todo hoy ha desaparecido por completo la divertida superioridad que el siglo de la Ilustración adoptó frente a las representaciones medievales sobre la crueldad del régimen del Anticristo, que se rechazaban sin más como fantasías primitivas. Sin embargo, "después de Auschwitz", por ejemplo, el hombre sólo puede comprobar con sentimiento que de manera extraña allí hay "algo cierto", que, según la tradición medieval, el Anticristo lleva consigo un horno de destrucción, una representación que el reportero ilustrado encuentra tan primitiva como divertida.
2. ¿Qué es, pues, lo que en concreto afirma la representación del "reinado del Anticristo"? Se ha dicho que cuanto más afecta una cuestión filosófica a la historia, tanta mayor necesidad tiene el que pregunta de volver a la teología. Y también se puede decir otra cosa, y es que cuanta mayor relación tiene un concepto teológico con las últimas cosas, con la realización de sentido de la historia, con el fin, tanto más se pone con él en juego la teología toda. Lo cual, aplicado a nuestro tema, significa que una interpretación recta del concepto "reinado del Anticristo" supone que se entienden de una manera adecuada todos los conceptos básicos de la teología o, más bien, todas las realidades fundamentales de la historia de la salvación.
Supongamos, por ejemplo, el convencimiento de que hay poderes demoníacos en la historia. Eso no se puede entender en un sentido periodístico vago. "¿ Hay quien crea realmente que existen "asuntos caballares" pero que no existen caballos, o que existen cosas "demoníacas" pero no existen demonios?". A esa pregunta de Sócrates se podría responder que sí, que realmente hay gentes que hablan de cosas y hombres demoníacos pero que jamás admitirían que existen demonios. La expresión "poderes demoníacos en la historia" afirma que hay demonios, seres espirituales puros, ángeles caídos, que intervienen en la historia humana. Y no es precisamente que se haya de concebir al Anticristo como un ser demoníaco puramente espiritual; no es eso. Sino que con ello ese fenómeno se puede entender como perfectamente posible; para poder decir lo que es realmente el Anticristo, hay antes que aceptar la existencia de "el maligno" como puro ser espiritual, y desde luego como un ser que tiene poder en la historia, más aún como "el príncipe de este mundo", al que con una fórmula extrema se le llama también "el dios de este mundo" (2 Cor, 4, 4). (La interpretación teológica del depósito tradicional no nos proporciona aquí representaciones suficientemente elaboradas, y
menos aún por cuanto respecta al dominio de la historia por parte del "príncipe de este mundo", acerca de cuya designación Raïsa Maritain dice con razón que difícilmente puede tratarse de una simple "ironía divina el que Cristo no haya corregido en modo alguno al tentador, cuando le muestra los reinos de la tierra con su gloria y le dice: "Todo esto me ha sido entregado y yo lo doy a quien quiero" [Lc., 4, 6], como tampoco el que, según la carta de Judas [9], ni siquiera Miguel osase pronunciar un juicio condenatorio contra Satán"). Es necesario ante todo reflexionar sobre el concepto de "espíritu puro" con todas sus consecuencias posibles, por difícil que naturalmente siga siendo para nosotros el representárnoslo. De otro modo erraríamos la categoría y la superioridad ontológica, tanto por lo que se refiere a la inteligencia como a la energía de la voluntad, que hay que atribuir a esos poderes demoníacos de la historia, y a cuyo servicio hay que imaginar al Anticristo. No es que el "príncipe de este mundo" sea el señor de la historia; pero, según la fórmula de Theodor Haecker, "él acelera su marcha, y ése es el acontecer en parte manifiesto y en parte secreto de nuestros días como de los días todos del mundo entero". ¡Incuestionablemente eso supone una agravación inaudita de toda la filosofía de la historia! Sin embargo, y habla una vez más Theodor Haecker, "el verdadero pensador e investigador a nada tiene tanto miedo como a dejar algo del ser; ...la ruina de la filosofía europea de la historia... fue el haber perdido ese miedo saludable".
Además, no se comprende nada de la representación tradicional del Anticristo, si al mismo tiempo no se piensa que existe una culpa, ocurrida al comienzo de los tiempos y que ha actuado en el tiempo histórico, que existe un pecado original y hereditario. Aunque, por una parte, aquí se trata de un misterio en sentido estricto, que nunca se podrá dilucidar o entender, por otra parte, sin tal supuesto la historia adquiere un carácter de absurdo. Pero en ningún caso se puede refrendar la representación tradicional del Anticristo sin ese supuesto, pues que el Anticristo se concibe como la manifestación de la radicalización extrema de la "discordia" que por el pecado original ha entrado en el mundo histórico.
Asimismo la concepción cristiana del "reinado del Anticristo" no se puede comprender, si al mismo tiempo no se reconoce que el pecado original ha sido superado por el Logos hecho hombre, que también y precisamente es el vencedor del Anticristo. No se entiende nada del Anticristo si, pese a todo su poder en la historia, no se le reconoce como a alguien que en el fondo ya está vencido.
Es necesario, además, tener una concepción adecuada de lo que es un "mártir" y de lo que en el fondo significa el testimonio de sangre. Cuando, por ejemplo, E.R. Curtius en un estudio sobre la Doctrina histórica de Toynbee habla de las Iglesias cristianas y plantea la pregunta de: "¿Están reservadas para un martyrium que pueda salvarnos de la tecnocracia?", la primera parte de dicha pregunta responde por completo a la situación interna del estado final; mientras que la parte segunda de ese interrogante -si el martirio de la Iglesia puede salvarnos (realmente ¿ a quién?) de la tecnocracia- parece indicar en su forma de oración de relativo que los factores de la situación escatológica están vistos en principio de una manera falsa,
hasta el punto de que tampoco la figura teológica del Anticristo, aun en el caso de que pareciera un pretexto, no se puede entender adecuadamente como una figura especial que esos factores introducen en el juego de fuerzas históricas.

 3. Y una vez más nos preguntamos: ¿qué sentido tiene la representación del reinado del Anticristo como estado final intrahistórico?
Se dice ante todo, per negationem, que el verdadero tema de la historia universal no es simplemente, en fórmula de Goethe, la fe y la incredulidad y la lucha entre ambas, sino que de una manera mucho más concreta ese tema es la lucha en torno a Cristo. Si realmente la figura que domina el escenario de la historia al final del tiempo es el Anticristo, quiere decirse que el actor principal de la época última es inequívocamente un personaje referido a Cristo. Cabe suponer que tal afirmación sonará en los oídos del hombre contemporáneo (en el sentido antes explicado) con mucho mayor sentido y verosimilitud que en los oídos de un liberal "cristiano" del siglo XIX. Con ello se dice que la historia no se desarrolla en el terreno neutral de la "cultura", de las "realidades culturales"; más bien podría "ser la "neutralidad" del liberalismo frente a Cristo un mero estadio de transición". En el siglo XIX tal vez pudo parecer que el cristianismo se iba olvidando sin más poco a poco, que en el mundo iba a imponerse una cultura meramente profana, entendido el "profana" en el sentido de neutralidad, hablando del cristianismo ni de un modo positivo ni tampoco negativo. Quizás esa opinión pueda prevalecer todavía hoy, por cuanto que están en tela de juicio los campos de lo "cultural" no directamente "existenciales", medios y no obligatorios (literatura, arte, circenses, economía). Mas tan pronto como esos campos de la categoría existencial se someten al ejercicio del poder político, de inmediato se habla de forma explícita y hasta casi exclusiva del cristianismo; y desde luego como de un poder de la résistance, del "sabotaje". Dicho en lenguaje cristiano: se habla del cristianismo como de la ecclesia martyrum.
"Predicación del Anticristo" de Luca Signorelli
Así como el mártir, hablando en un sentido intrahistórico, es una figura de orden político, así también el Anticristo es una manifestación del campo político. No es algo parecido a un hereje, a un disidente, que sólo tenga importancia dentro de la historia de la Iglesia mientras que el resto del mundo no necesita tener noticias de él. La potentia saecularis, el poder mundano sería -según lo afirma Tomás de Aquino- el verdadero instrumento del Anticristo, que es por esencia alguien dotado de poder. Los tiranos y gobernantes violentos, que persiguen a la Iglesia serían -y continuamos citando al Aquinatense- los representantes (quasi figura) del Anticristo. A éste, pues, no se le concibe al margen del terreno histórico, sino que más bien es una figura eminentemente histórica, toda vez que la historia es primordialmente historia política. Con ello se dice simultáneamente otra cosa, a saber: que el fin no ocurrirá en el sentido de un caos, en el que una multitud de potencias históricas se enfrentan entre sí, llegando paso a paso por ese camino a una disolución general de los entramados y estructuras, produciendo al final una especie de descomposición. Sino que al final habrá una figura soberana dotada de
un poder inaudito, y que bien mirado no establece un verdadero orden. Al final de la historia se impondrá un pseudo-orden sostenido por un abuso de poder. Que el nihilismo, al que caracteriza "la relación con el orden" a diferencia del anarquismo, "más difícil de descubrir porque se camufia mejor" -siendo ésta una observación aguda del analista Ernst júnger- tiene una referencia escatológica oculta. La designación de "pseudo-orden" es también atinente en el sentido de que tiene éxito el "engaño", siendo desde luego un elemento de la profecía sobre el fin el que la "desolación del orden" del Anticristo se considere como un verdadero y auténtico orden. La concepción de un andamiaje social puramente organizativo, en el que "funciona sin estridencias" todo "lo técnico", desde la producción de bienes hasta la higiene, y que en el fondo sigue siendo un entramado de desorden, es una idea que no está lejos de la experiencia contemporánea. Tal vez el pseudo-orden del reinado del Anticristo después de un tiempo de "desórdenes" en grado máximo, como los que según el sentir de Toynbee suelen proceder al establecimiento de un Estado universal, será saludado como una liberación (con lo que una vez más se confirmaría precisamente el carácter del Anticristo como un Pseudo-Cristo).
Otro de los rasgos que se ha de atribuir al Anticristo es el de una figura, cuyo poder político se extiende a toda la humanidad. Es el señor del mundo. En el mismo instante en que se haga posible el dominio universal en sentido pleno, también será realmente posible el Anticristo. A ello responde el otro estado de cosas inherente: el mensaje cristiano llegará a conocimiento de la totalidad de los pueblos de la tierra políticamente colonizados: "Este evangelio del reino será predicado en toda la tierra como testimonio para todos los pueblos; y entonces llegará el fin" (Mt, 24, 14). Esto la teología no lo entiende en el sentido de que la religión cristiana tenga que reportar una victoria sobre el mundo, sino como un estado de cosas en que será posible (y hasta apremiante) tomar una decisión a favor o en contra de Cristo en toda la faz del planeta. Es necesario evitar aquí un malentendido: la doctrina tradicional del Anticristo no dice que no pueda darse ninguna soberanía universal fuera del Anticristo. La constitución de un Estado universal, como la que pareció intentarse con un alcance histórico en los años posteriores a la segunda Guerra Mundial, puede muy bien convertirse algún día en un legítimo objetivo de la actividad política. Se ha dicho, por lo demás, que con ello la humanidad entrará en un nuevo "estado de agregación", en un estado en que el reinado del Anticristo resulta posible y en un sentido incomparablemente agudo: "una organización mundial podría traer la más funesta e insuperable de todas las tiranías con el establecimiento definitivo del reinado del Anticristo" (una frase que ya se ha citado).
Desde esta perspectiva adquiere especial importancia otra afirmación acerca del Anticristo, contenida asimismo en la tradición. El Anticristo llevará a cabo sobre la Tierra una increíble potenciación del poder, y ello no sólo en extensión sino sobre todo en intensidad. El Estado mundial del Anticristo será un Estado totalitario en un sentido extremo. Lo cual, sin embargo, no está condicionado únicamente por el afán de poder y la superbia del propio Anticristo, sino también por la
naturaleza misma del Estado mundial. Trocarse de la noche a la mañana en un Estado totalitario es el peligro interno de un imperio mundial, peligro que viene dado directamente con la misma forma de montaje, un imperio que per definitionem no tiene vecinos, y ello coincide de repente con las islas políticas de las utopías. He aquí lo que el historiador Iiberal Edward Gibbon dice del Imperium.Romanum: en él pudo arrancarse de raíz la libertad "porque no había ninguna posibilidad de huir"; "si la soberanía caía en manos de un solo individuo, el mundo entero se convertía en una prisión segura para sus enemigos". Con ello enlaza justamente la conclusión consignada en un diario de la última guerra: en contra de la "organización mundial unitaria" -que sin duda va a llegar- "desde el punto de vista de la libertad se puede objetar que ya no habría lugar alguno al que se pudiera emigrar". El reverso del ideal kantiano, que desde luego se lograría en un Estado universal, y es que ya no habría propiamente guerras "exteriores", estaría en que en lugar de la guerra entrarían las acciones policiales, que muy bien podrían adoptar el carácter de campaña contra los animales dañinos.
Esa tendencia, condicionada por su misma estructura, de una organización mundial a convertirse en "totalitaria" es algo que se viene repitiendo una y otra vez desde hace largo tiempo, aunque su valoración puede ser tanto positiva como negativa. Ahí está la frase de Lenin: "Toda la sociedad se convertirá en una oficina y en una fábrica con el mismo trabajo e igual salario"; y ahí está el "socialismo organizativo" que saluda al "ejército mundial de los trabajadores" como un Estado universal que está llegando. Ahí están, por otro lado, las últimas cartas del anciano Jacob Burckhardt a Friedrich von Preen, en las que le habla de "la gran autoridad venidera", a la que nadie conoce ni se conoce ella misma, pero a cuyo servicio trabaja ya el radicalismo que todo lo nivela, y ahí está, finalmente, la frase de un político moderno: "El mundo evoluciona hacia un centro de poder absoluto, hacia un absolutismo universal". Y por lo que respecta a los propósitos de "resistencia de la libertad" recientemente se ha expresado la sospecha que sin duda alguna se ha cumplido en el sentimiento de futuro de muchos coetáneos clarividentes: "De cualquier lucha por el mantenimiento de la libertad la substancia de esa libertad sale un tanto disminuida, porque para poder defenderla de una manera realmente eficaz contra sus enemigos, hay que prescindir de una parte de la misma, y esa parte ya no se recupera".
En la esencia de un imperio, que aúna a reinos y pueblos desarrollados y en la esencia del César -así lo dice Erik Peterson- entra el que salten las instituciones; es decir, la disolución de las formas de vida social arraigadas en la tradición y su sustitución por nuevas formas e instituciones políticas; cosa que se puede ver ya en la configuración interna del Imperium Romanum (gritaban los judíos: No tenemos más rey que al César). Pero como se abandona "la base de lo institucional en el imperium", por eso surgen también y ante todo una situación, en principio nueva, dentro del ámbito religioso. La imagen del acuerdo entre Iglesia y Estado, "que se contraponen como dos instituciones y que como tales instituciones tienen también que encontrar un modus vivendi", es una imagen que, como dice Peterson, pierde su validez en
el imperium. Y ya no se trata de un arreglo, sino de una "lucha": "El culto de los viejos dioses estatales podía ser tolerante, el culto imperial tenía que ser necesariamente intolerante". En este análisis, que apunta mucho más allá de su objeto inmediato, se señala algo acerca de la situación interna de un imperio mundial escatológico, cuyas formas previas no resultan extrañas por completo al hombre contemporáneo. Con la estructura del imperio universal parece incluso imponerse diríamos que una oportunidad negativa de que la posición pública de la Iglesia cambie como en virtud de un proceso de mutación. Ya no existe la posibilidad de conformar las ordenanzas públicas desde el ámbito de lo sagrado, sino que frente a un poder absoluto, sumamente potenciado y al que no limita ningún vínculo tradicional, la Iglesia se encuentra en el papel de la ecclesia martyrum.
Ese peligro, que se podría decir condicionado por las mismas circunstancias objetivas, se agudiza realmente ahora -así lo dice la tradición- hasta sus límites extremos por la persona del Anticristo, que llega por encargo del ángel caído por una voluntad de poder, y en cuyas "proclamas egoístas alcanza su culminación demoníaca la historia de la autoapoteosis humana", y que precisamente es aceptado justo en razón de su pretensión extrema de poder: " Si viniera algún otro en nombre propio, a ése sí le recibiríais" (Jn, 5, 43). 

Para descargar el capítulo completo  Pinche aquí

2 comentarios:

  1. Hace mucho tiempo deseaba escribir un comentario sobre el texto de Josef Pieper, pero el tiempo siempre tan escaso y la importancia del autor me hizo ser mucho más meticuloso en lo que iba a decir, en este caso uno no puede escribir "me gusto mucho", se trata de Josef Pieper , el profesor que llego a tener en aula hasta mil doscientos alumnos, el "tomista", que discrepaba de la escuela "tomista", por no expresar en forma simple, concreta y como corresponde el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, y aun más, no trabajar aquellos temas que el aquinate no termino o dejo un camino para que otros lo siguieran.
    El tema que trata Josef, es el mismo que otros filósofos de la política han visto, es el mal en aquellos estados supremos y que estrangulan al hombre "como principio de libertad", creando en ellos simples entes de un engranaje superior, tema recurrente en Kafka, Orwell o Saramago, el mal personificado en el anticristo, es el destructor de la libertad humana, todas las ideologías actuales como el Comunismo, los fascismos o la democracia liberal han creado una construcción opresoras del Estado.

    ResponderEliminar
  2. Un querido amigo me dijo que faltaba realizar un corte final a lo expuesto. La teoría política que nos presenta Josef Pieper es una continuación lógica de la obra de Santo Tomás de Aquino acerca del concepto de ESTADO, en este punto debemos realizar una inflexión, ya que el aquinate nunca construyo una teoría propiamente tal del tema político, más bien dio las directrices, las cuales con genialidad y sobrada maestría Pieper construyo a partir de lo dejado por Santo Tomás, es en este punto en que uno puede decir que Pieper no es un "tomista", seguidor ciego y retorico que repite lo mismo, sino que parte del principios tomista y construye un pensamiento propio y original

    ResponderEliminar