Anfitrión: El siniestro Doctor Mortis |
DUELO
DE SOMBRAS
En el siguiente cuento largo, pertenece a un
colaborador de la Quinta Anormal quien desea
homenajear a dos de sus personajes de cómic favoritos: Su Servidor, el
terrible Mortis, y el justiciero conocido como Batman. A ver qué
les parece.
I
No fue
sino hasta el tercer intento que el Hombre
Murciélago recordó el detalle que
lo explicaba todo: era el día libre de Alfred, así que por más que llamara no
llegaría hasta él aquel aromático tazón de chocolate que a esa hora le devolvía
la fe en la humanidad. Desde pequeño,
cuando el oscuro recuerdo de la muerte de
sus padres le atormentaba los pocos momentos de
alegría, siempre fue el gentil
Alfred quien le acercó el único lenitivo que había encontrado para su tristeza:
chocolate caliente, humeante y espeso, llevado, eso sí, en la bruñida charola
de plata sostenida por las siempre firmes manos de fámulo. En todo ese acto, había algo de ritual, una
especie de ceremonia que le devolvía al encapotado la sensación de que todo
estaba bien, de que todo valía la pena.
Volvió,
pues, al teclado insertando los datos que esperaba, ayudado por su gigantesco ordenador, le dieran la respuesta
o por lo menos alguna pista de los
últimos crímenes que Gotham sufría.
La desaparición sistemática de pordioseros y habitantes de la calle, lo
tenían intranquilo, además sólo a él le preocupaban. La policía no movía un dedo por ellos, y la verdad,
no podía culparlos, la última fuga de Arkham los tenía a todos movilizados
buscando a Croc y a Hiedra Venenosa por todo lo ancho de la gigantesca ciudad.
Al menos, Jóker no logró huir, aunque costara la vida del enfermero Al
Gumer. Batman debió pasarse varios días y
sus noches tratando de hallar las pistas
de su localización, sin embargo, como Gordon le hizo notar, los dos tenían la
mala costumbre, como las epidemias, de desaparecer un rato para volver más
locos y letales que nunca. Encontrarlos sería muy difícil. Por lo menos, por
ahora, no había más muertos.
Pero
la desaparición de los callejeros lo tenía preocupado, porque no era producto
de una violenta banda de pirados que sólo buscaba desquitarse con los débiles y
prescindibles hijos de la calle. No, había algo siniestro, algo perturbador en todo, como si detrás de las sombras de los
callejones, más allá de las alargadas y sombrías columnas de los igualmente oscuros
edificios de Gotham, existiese algo
aún más tenebroso, algo tan horrible
y poderoso como inteligente y hambriento.
Desde
que todo comenzó ya habían pasado tres meses y un total de 80 desaparecidos le anunciaba
la llegada de un nuevo mal, de un terror para el que debía prepararse y del que
hasta ahora, no sabía nada. Ni enfermedad, ni culto satánico, ni loco asesino o siquiera algún científico
en busca de sujetos de prueba. El modus
operandi era distinto, y tan sigiloso y astuto que sólo él, y los mismos callejeros, se percataban que
algo no iba bien.
Ochenta
desaparecidos y ningún rastro.
II
Aquella
noche
salió solo, Robin tenía un examen mañana así que lo mejor era ponerse de
lleno al estudio. El chico era capaz, pero las salidas nocturnas lo estaban
venciendo. Ya vería cómo hacer lo necesario para ayudarlo.
La
noche, siempre fría y amenazadora, traía esta vez un tufillo a muerte que le crispó
los nervios. Definitivamente, algo iba mal,
muy mal. La característica
neblina de Gotham, espesa y llena de sabores
marinos, a la que ya todos estaban acostumbrados, se sentía diferente. No parecía venir del oscuro mar que rodea a la
más aterradora ciudad del mundo, no, esta vez parecía venir de las
alcantarillas, pegajosa y putrefacta,
como si se tratara de un animal reptante que busca a quien devorar. ¿En qué momento
se formó esta locura que él no tuvo tiempo para percatarse? ¿Acaso los últimos
acontecimientos no fueron sino distracciones? La fuga de Arkham, el asesinato de
Louis Chance, el rapto de Alice Baker ¿Es que tal vez…
Algo
llamó su atención. A pesar de estar sobre uno más de los altos rascacielos de Gotham,
su entrenada visión lo llevó a reparar en una extraña escena en uno de los callejones.
Un pordiosero, un hijo de la calle, arrodillado y gimiendo de cara a una mugrienta
pared, parecía sollozar una especie
de oración. Dando un salto se acercó sin ser notado
quedando a pocos metros de altura. Ajustó su audífono y pudo escuchar:
- ¡Elígeme,
Maestro, elígeme! Esta vez no fallaré, por favor, no me rechaces, esta vez no tendré miedo… ¡Elígeme, Maestro, elígeme!
¿A quién podría ir dirigida esa petición?
¿Maestro? ¿Pero de quién diablos…
-
Maestro, ya no tengo miedo, puedo demostrarlo, estarás complacido… déjame volver… elígeme… ¡óyeme, Maestro, acéptame!
El sujeto debía estar tan borracho que
hacía oraciones hacia la pared ¡Vaya lugar para encontrar aceptación! El Hombre
murciélago consideró que lo más correcto era dejar solo al callejero con sus
desvaríos religiosos.
-
Te lo demostraré, Maestro, mira, mira de lo que soy
capaz…
Fue
cuando Batman se disponía a buscar nuevos desafíos cuando se dio cuenta de lo
que pasaba. El pordiosero sacó de su ropa un afilado trozo de vidrio y
alzándolo gritó:
-
¡Por ti, Maestro!
Y ante sus ojos llenos de espanto, Batman vio
cómo el sujeto se abría el cuello de lado a lado derramando chorros de oscura
sangre, manchando todo a su alrededor. El
poderoso cuerpo del justiciero reaccionó antes que su razón lanzándose en ayuda del callejero. Trató en
vano de tapar las heridas del desdichado, pero ya la vida había huido de él. Ahogado en su
propia sangre sólo repetía:
-
¡Acéptame, Maestro, soy digno, soy digno…!
A pesar de los esfuerzos del
justiciero, la vida del vagabundo se le fue entre los chorros de sangre negra y
tibia que surgía de su convulso interior. Llamó
al centro de asistencia más cercano
y en pocos minutos estuvieron en la escena para solo señalar lo evidente, muerte por desangramiento a causa de una
herida que le desgarró
el cuello.
- No podías hacer nada, Bat –dijo el paramédico
tratando de dar ánimo al Caballero Nocturno- estos tipos ni saben que están
vivos, para ellos no hay diferencia
entre vivir o morir. Después de
todo, no puedes salvarlos a todos…
Tras la máscara, los ojos del Hombre Murciélago
se abrieron llenos de espanto. Lanzó su gancho a una antena y se perdió en la
penumbra de un edificio. Ya comenzaba a
amanecer.
III
“No puedes salvarlos
a todos”.
Despertó sobresaltado. Miró el reloj.
Apenas 3 horas. Trató de volver a dormir, Pero después de un rato de vueltas
de un lado a otro, incluso de un somnífero suave, decidió incorporarse y volver
a la cueva para proseguir su investigación. Alfred ya estaba de vuelta así que podía dejar de preocuparse de su sobrevivencia en la enorme Mansión
Wayne.
- ¿Le
llevo el desayuno, señor? – aquellas
palabras siempre lo animaban.
- Por favor, Alfred. No olvides…
- Sí, lo sé: el chocolate.
El
amo de la casa retribuyó al fámulo con una sonrisa. El viejo sirviente, experimentado
y astuto, reconoció el gesto cuyo significado jamás se atrevería a discutir: “Haz
tu magia, viejo amigo, algo anda muy mal”. Fue de inmediato a la
cocina.
El
Caballero Oscuro se perdió en la lobreguez
de su escondite buscando información que pudiera ayudarle: Partes policíacos,
extrañas llamadas al 911, secuestros, amenazas, algo que le
dijera qué estaba
pasando.
“No
puedes salvarlos a todos, Bat”, “No puedes salvarlos a todos”.
Como
una cancioncilla incómoda, las palabras del oficial resonaban en su cabeza desenfocándolo,
distrayéndolo, como una porquería de pájaro en el parabrisas justo en tu ángulo
de visión. Está allí y mientras conduces no puedes pararte a limpiarla.
Trató
de abordar el problema desde otra perspectiva. ¿Maestro? ¿A quién puñetas le estaba hablando el pordiosero? Los
sujetos con ritos estaban bien
clasificados en Gotham, y ninguno hacía que sus miembros se cortaran el cuello, no era precisamente bueno
para los negocios que tu feligresía disminuyera. Entonces ¿a quién le dirigía
tan extraña petición? “Elígeme, Elígeme”
¿A quién?
Se
hallaba en tales meditaciones cuando una señal de alarma lo sacó de su abstracción. Trataban de comunicarse con él y
por un canal muy exclusivo. Sólo unos pocos lo conocían:
Robin, Jon Jonzz, Étrigan y…
- ¡Rash
Al Ghul! –dijo el Hombre Murciélago cuando contempló el rostro que se presentó
en el monitor- ¿Qué quieres?
- No
pude llamarte antes, Detective, no… no … pude…
- ¿Qué estaba pasando? Rash tartamudeaba
¿de miedo? – Pronto, dime, ¿Ha habido desapariciones extrañas en tu ciudad, de
tipos de la calle a los que
a nadie le
importan? ¡Pronto, dímelo!
-
¿Estás tú detrás de todo esto, Rash? No es tu
estilo, ¿de qué se trata?
- No,
Detective, no soy yo, escucha… atentamente,
por favor… sólo escucha – la voz
de su archienemigo, sonaba presa de un incontenible delirio, de una inquietud
que venía de demonios a los que su inmortalidad no podía enfrentarse. Sus ojos
estaban claramente cubiertos de un cansancio abrumador, como si llevara varias
noches sin dormir; su fisonomía había
cambiado, ya no era el frío señor de una de las organizaciones criminales más
mortíferas del planeta, no, apenas era la sombra de todo aquello –No, no, sólo
escucha…
- ¿A
qué estás jugando, Rash?
-
¡No estoy jugando! ¡Trato de advertirte! Un mal… un mal tan horrible…un
mal…
Batman
supo que Al Ghul no estaba jugando, que no lo engañaba y que, lo peor de todo, estaba aterrorizado.
- ¡Habla,
pues!
Rash
Al Ghul, hizo un gesto de tratar de calmarse,
inclinó un momento la cabeza y luego
comenzó:
-Hace
unas semanas, la Liga de las Sombras recibió una señal proveniente de un rincón
del océano Pacífico, de los archipiélagos del sur de Chile. No le di mucha
importancia hasta que pudimos descifrar la señal. Detective, era una advertencia enviada en clave a todos los rincones de la Tierra por la organización
más espantosa difundida por todo el mundo: La Cofradía.
- La
conozco, pero no sé mucho. Su líder
murió hace más de 50 años…
- No,
no, Detective, no es cierto, su… líder,
como tú le llamas… no murió… no… puede
morir… yo lo sé… lo conocí hace… ¡más
de 200 años!
-
¿Conoce también el Pozo de Lázaro?
-
No, no, lo único que puedo decirte es
que es un “ser” terrible, brutal y créeme
que su antigüedad es mucho mayor que la mía.
La
evidente ansiedad en la voz de La Cabeza del Demonio inquietó aún más al
encapotado.
-
Cálmate, Rash, concéntrate. ¿Qué más tienes que decirme?
-
Este ser se alimenta de los más
desvalidos, de los que nadie
añora. Los envenena de soledad y
luego los convierte en sus sirvientes.
Lo sé porque… yo…yo mismo fui
uno de
ellos… ¡Y ahora viene por mí!
-
¡Dime su nombre! ¡Cómo es! ¡Cómo lo encuentro!
-
Sigue el rastro de desapariciones. La muerte es la señal de su presencia, y tu
ciudad, Detective, atrae a la muerte.
-
¡¡Dime más, Rash!!
- No
tengo tiempo. La Cofradía viene por mí y los
míos, debo huir y pensar qué hacer.
- ¡Quiero
más información!
La voz de la Cabeza del Demonio se calmó unos
segundos para alcanzar a decir:
- Hay
quien le conoció aún más de cerca. Pregunta a… ¡¡¡ Vándalo-Salvaje!!! Dile que la
Bestia se ha liberado, dile que el “Maestro” ha vuelto.
La
comunicación se cortó.
IV
“¡El Maestro ha
vuelto!”
El
viaje hasta Metrópolis fue apenas de una hora gracias al bat-jet. Sin embargo,
la dificultad de escabullirse en una prisión de alta seguridad requería más tiempo.
En efecto, en las instalaciones de Cadmus, el criminal conocido como
Vándalo-Salvaje cumplía condena por
tiempo indeterminado. Su caso era especial ya que el asesino de más de 400
personas en el último siglo resultaba ser “inmortal”.
En la
Liga conocían muy bien su historia, más bien, su muy larga historia, cuyos orígenes se
remontaban al neolítico, cuando un meteoro cayó cerca de la aldea donde vivía.
Todos tuvieron miedo, pero él sintió el penetrante calor de la piedra espacial,
se dejó llevar por el colorido resplandor que emanaba y se quedó dormido junto
a la roca sideral. La radiación del meteoro lo modificó de tal manera que no
sólo le dio inmortalidad, sino una
inteligencia privilegiada.
Batman
saboteó los monitores de vigilancia, desconectó las alarmas y extrajo las diferentes claves de las puertas que
permitían el acceso al prisionero. Como de costumbre, Vándalo-Salvaje
leía, con el exceso de energía en su
cuerpo, no requería dormir.
-
¡Vándalo! –la oscura voz del Hombre Murciélago sacó de su lectura al criminal.
-
¡Vaya, Batman, qué agradable sorpresa! A
estas horas no puedo charlar con nadie así
que tu visita…
- No
vengo a hacer vida social, tengo un
asunto importante.
Vándalo-Salvaje,
como era su costumbre, mezclaba en cada palabra una porción de afectada
cortesía y declarada burla. Su desprecio por las circunstancias, considerando
el contexto de su inmortalidad, lo llevó siempre a sentirse por encima de todos
sus adversarios.
-
¡Qué modales, Bat, y yo que siempre te he considerado el James Bond de los superhéroes!
A ver, ¿qué puede ser tan importante que
te obligó a venir hasta aquí, a estas horas, para interrogarme? Por pura
curiosidad estoy dispuesto a ayudarte. ¿De qué se trata?
-
Rash Al Ghul me aseguró que tú poseías información sobre algunas desapariciones
en Gotham.
-
¿Rash Al Ghul? ¡Hace siglos, literalmente, que no sé de él! ¿Y qué puedo saber
yo de unos desaparecidos en tu ciudad?
Gotham es tan… poco elegante.
El
inmortal le dio la espalda al justiciero y dijo con desinterés:
-Me
temo que te han jugado una broma, Bat, no tengo nada que ver. ¡Qué decepción!
-
Dijo otra cosa.
Todavía
de espaldas al encapotado, el criminal
hizo un gesto con la mano señalando que se fuera y añadió:
- Lo
que tengas que decir no me interesa.
-
Rash dijo que la Bestia se había liberado, que el Maestro había vuelto.
Vándalo-Salvaje
se quedó unos segundos en silencio. Batman sopesaba el impacto de sus palabras.
De pronto, incluso sorprendiendo al Caballero Oscuro, el inmortal se volteó. Su rostro mostraba una
expresión indescifrable:
- Repítelo,
Bat, por favor, repítelo, me temo que no escuché bien.
-
Oíste bien, Vándalo: “El Maestro ha vuelto”.
El criminal cerró los ojos, suspiró
profundo y luego miró al Hombre Murciélago. El rostro del siempre soberbio y
displicente Vándalo-Salvaje, criminal histórico con tantas muertes en su
espalda que no eran posible de contar, mostró de pronto el peso de una tristeza
infinita, de un dolor tan amargo y profundo, que el mismo justiciero se
estremeció.
El
inmortal se acomodó cansado en su silla, puso los codos sobre sus muslos y
juntó sus manos. Por unos segundos inclinó el rostro y cerró los ojos.
Enseguida, miró al Gladiador Nocturno, y
comenzó su relato:
-Haz
de saber que la historia que estoy a punto de contarte es real, tan
espantosamente real, que sólo en este caso odio el don que se me ha dado, esta
imposibilidad de morir, ya que, con
brutal claridad recuerdo cada detalle, cada repulsivo minuto como si acabara
de vivirlo. Mi historia comienza en los
lejanos tiempos de la Hélade, en
los turbulentos años de la dominación
romana. Por favor, Batman, no estoy jugando, no estoy ganando tiempo, no estoy dándote
pistas falsas, esta vez creo que puedes juzgar
por ti mismo, pues no hay ni
burla o sarcasmo en mis palabras, sólo
horror, uno más allá de lo que mi propia imaginación pudiera concebir, y ya que
ahora vienes con las peores
noticias que podía recibir, me queda claro que mi
inmortalidad pronto se convertirá en una pesadilla, una maldición porque Él ha
vuelto.
“Como
dije, lo conocí en la antigua Hélade. Su nombre era Mitros, padre hechicero de la
escuela de Tebas, llegado a la vieja Atenas con algunos discípulos, extraños
discípulos que, según se decía, eran penitentes que habían hallado la paz del
arrepentimiento y habían decidido servir a su maestro. Mitros se llamaba a sí
mismo “filósofo”, “geómetra” incluso “médico”, y por cierto que muchas
sanaciones se debieron a su intervención, pero lo que me llevó a verle fue que
incluso se decía que podía eludir el aguijón inexorable de la muerte. Sí, Batman, Mitros podía vencer a la muerte, cosa
en lo personal que no me parecía tan
descabellado, sin embargo, además,
podía traerte de vuelta de la región oscura del Hades. Fue así que me acerqué a
su escuela con una clara intención, pagar por sus servicios ya que yo lo necesitaba. Sí, ya lo sé, no podrás
imaginarme haciendo algo desinteresado, altruista, o simplemente caritativo,
y tienes razón, mis intenciones no eran
limpias pues, más allá de lo aparente fue el egoísmo lo que me llevó una noche
a tratar con Mitros. Ya que sólo él, por lo que se hablaba, podía devolverme a mi amada… esposa.
Sí, mi esposa. Y créeme que he tenido
muchas, pero ella, Alia, todavía hace temblar de emoción mi petrificado espíritu.
Imagínate mi desesperación en aquel momento, pues apenas unos días, había
muerto de una rara enfermedad. En sólo tres meses de verla consumirse, la perdí,
según yo creía, para siempre.
“Aquella
tarde me acerqué a Mitros y le hablé de Alia. Él me escuchó atentamente, con un
respeto odioso, podría decir, casi humillante, como si se burlase de mí, como
si lo supiera todo, como si todos mis secretos se le hubiesen velado desde
hacía siempre, incluso antes de mi
propia transformación. Me dijo que podía
ayudarme, que tenía lo que necesitaba, pero que, como todo en este mundo
requería un pago que, tal vez, yo lo considerara excesivo. Le aseguré que con
tal de recuperar a mi esposa sería capaz de lo que fuera, estaba dispuesto
incluso a someterme a la esclavitud si eso me
permitía estrechar entre mis brazos a mi mujer. Recuerdo su sonrisa,
repulsiva y aterradora, chocante incluso para un hombre como yo, que en miles
de años, ha visto de todo. Comprendí que aquel ser, pues no me quedó duda que
humano no era, estaba a la altura de mis requerimientos, pero que, también,
sabía que algo horrible iba a pedirme.
Presentí que una espantosa pesadilla estaba a punto de cubrirme, una mancha que de la que no podría librarme
fácilmente. Sin embargo, estaba loco de amor y en ese instante hubiera hecho lo que fuera por tener a mi Alia de
vuelta. No sé si has amado alguna vez, Batman, porque sólo así podrías comprender
mi ansiedad y mi deseo, la total locura que me llevó a aceptar los términos
de aquella cosa con rostro humano.
“Mitros,
a quien desde entonces comencé a llamar “Maestro”, me citó para dos noches más,
en la puerta de su escuela. Uno de sus sirvientes me dejó entrar y me llevó por
oscuras escaleras apenas alumbradas por una lámpara de aceite sostenida por el silencioso guía. De pronto,
entre más me sumergía en las
profundidades del insospechado recinto, comencé a escuchar, desde una lejanía
que no pude precisar, escalofriantes gritos de víctimas inconfundiblemente humanas,
misma que, debo agregar, eran de sujetos de muchas edades y de ambos géneros. Aquellos
terribles alaridos lograron estremecerme. He oído en mi larga vida cientos de gritos, el del guerrero que se
lanza hacia la muerte segura, el del esclavo que busca la piedad de su amo, el
del traidor torturado por su felonía, incluso el del animal que acompaña a locura
del instinto… pero lo que allí escuché va más allá de mi propia tolerancia al
mal, más allá de la oscuridad que habita
en mi corrompido espíritu. Las
pesadillas que aquellos días viví, aún se repiten.
“Pronto
llegamos a un cuarto iluminado por mortecinas antorchas que más bien me hicieron adivinar el escenario
que me traería a mi querida Alia. Había en aquella estancia una especie de
altar junto a la efigie de un horripilante ídolo, dos figuras humanas, seguramente de acólitos del maestro
y el mismo Mitros inclinado en aparente oración frente al ídolo cuya imagen me
resultaba desconocida. Sobre el altar se
hallaba el cuerpo sin vida de mi esposa. Me acerqué para comprobar su estado, que, para
mi impresión, no estaba
mancillado por la putrefacción, no se hallaba desfigurado por la
natural corrupción de los cuerpos, no, todavía se mostraba aquella dulzura que apaciguó por los años que
la tuve, el fuego destructivo que siempre
me ha dominado. Alia, la más bella flor de Tracia, la más delicada de todas las
mujeres que había encontrado y que luego hallé en este desventurado paseo
por esta vida que se niega a dejarme
ir.
- “¿Estás
listo? – la voz de Mitros me llegó como de un mundo tan lejano como lo es la muerte
para mí.
- “¿Qué
debo dar a cambio? ¿Cuál es el precio
que debo pagar, oh Maestro?
El médico me
miró con desprecio y musitó:
-“Tu
sangre, hijo mío, tu sangre, que es distinta
a la de los demás. Tu carne que no puede morir; tus huesos que son más firmes
que el tiempo, tu corazón, que posee más vida de la que puede vivirse. Eso es
lo que quiero ¡Libremente debes ofrecerla!
- “¿A
qué dios debo ofrendar mi cuerpo?
- “En
estas áticas latitudes, su nombre todavía no se pronuncia, ¡Báfomet lo llaman
de dónde yo vengo!
- “¿Vienes
del Hades? ¿Eres acaso un demonio?
Su
mirada, aterradoramente vacía, me dijo que ninguna de mis preguntas tendrían
respuesta, porque no las había. Mitros estaba por encima de mis pobres alucinaciones
de comprensión.
- “Estoy
listo para dar lo que sea de mí para que mi traigas de vuelta a mi esposa.
“Sin
más preámbulo comenzó la operación, pues, totalmente distinto a lo que imaginé, no se trató de
hechizos, sortilegios o palabras de imposible pronunciación, todo fue, como se diría
hoy, totalmente quirúrgico. Me sujetaron a unas cadenas y de allí comenzó el
proceso que me trae más espanto que cualquier otra cosa. Aunque no muero, sí
siento el dolor de cada rasguño, de cada herida que muerde mi carne. Lo que Mitros
mostró aquella noche la más espantosa
demostración de crueldad, porque, no hubo otra fijación en toda su
operación que la de extraer mi sangre,
gota a gota, grito tras grito, súplica tras súplica. Sí, Batman, mi cuerpo
regeneraba el fluido vital regularidad y velocidad imposible para cualquier ser humano, lo que para el monstruo que tenía delante
era una
oportunidad de investigación y prueba.
“Sí,
amigo mío, ese monstruo, por tres días y sus noches, me sometió a
todos los venenos, a todos los medios de tortura, a todas las locuras imaginables y posibles para aquella época con el fin de
probar la efectividad de las mismas. Mi sangre ya había llenado varios cubos y,
para el gozo de Mitros, no se coagulaba
como la normal, así que era posible de usar para fines inimaginables. En
un momento, sencillamente, perdí el
sentido por la fatiga y el dolor.
“Así,
llegado el cuarto día, recuperado ya por fin de las infinitas torturas a las
que fui
sometido, el oscuro médico me
condujo a una
recámara donde, según él, estaría mi recompensa, el objeto preciado
por el que había
dado literalmente mi sangre. Cuando
llegamos al sitio, pude ver la
figura de una mujer de pie mirando hacia un muro, vestida con
delicada tela blanca, ceñida a su figura, la
reconocí de inmediato ¡Alia, por fin, mi amada! Corrí hacia ella, la
tomé de sus hombros para voltearla y
gozar de sus besos, la emoción embargaba mi corazón, los innúmeros dolores y
sufrimientos valieron cada grito, cada gemido, cada desgarro. Y la vi, sí era ella, hermosa,
joven, blanca, pero… no alegre, no despierta, no viva. Pensé que sólo sería producto
del momento, del trauma entendible
de volver de
la muerte y del método indescriptible
que usó Mitros para traerla.
-“ ¡He
cumplido! – le grité al hechicero.
-“¡Yo
también! ¡Llévatela, ahora es toda tuya!
“Y la llevé a nuestro hogar donde pensé
que la felicidad volvería a reinar. No voy a aburrirte con los detalles,
Batman, así que seré breve en el horror que sobrevino. Ni apenas pasado un día,
comencé a notar la gran diferencia que había con mi antigua Alia. Este ser que
tenía en mi casa, porque humana no era, comenzó de inmediato a hacerme la vida
imposible. Tenía continuos ataques de ira, destruía todo, luego se apaciguaba
para quedar en un letargo profundo del que salía solo para volver a su locura.
Me percaté que solía calmarse luego de ingerir
alimentos, especialmente carne
fresca, y mejor si estaba casi cruda. Le suministré este manjar y
fue calmándose hasta casi
dominarse por completo.
“Sin embargo, a los días, su hambre se hizo
más intensa y exigente, ya no sólo se conformaba con devorar la carne sino que
ahora debía matar ella misma a la pobre bestia de turno. Y así, ante mis ojos
la vi masticar el cuello de un corderillo joven devorando sus miembros y
bebiendo con fruición la tibia sangre. Luego volvía a la cama donde descansaba
para despertar con un hambre aún más salvaje. Una noche volví a mi cuarto luego
de la meditación, descubrí que Alia no
dormía en nuestro lecho. Salí a buscarla y sólo después algunas horas, antes que saliera el sol, la encontré en la
necrópolis, de rodillas, sucia, desesperada, devorando los restos de un
cadáver. Me miró primero con odio, como la bestia que intenta proteger su
alimento, luego, cuando me reconoció, volvió a su repugnante tarea. Entonces lo supe. Alia con el tiempo no se conformaría con los meros cuerpos sin vida
de otros seres humanos, luego los querría vivos, y cada vez en mayor
cantidad. ¿Cómo poder satisfacer un voracidad como esa? ¿Cómo soportar el dolor de verla
consumida por una necesidad insaciable, por una
angustia que jamás cesa? Fue entonces cuando lo decidí y allí mientras ella rascaba la tierra desesperada
por encontrar más, con una roca le di tal golpe que su cabeza se abrió de
inmediato. Se retorció unos momentos y luego quedó inmóvil, sin vida.
“La llevé a las afueras de la ciudad y
quemé sus restos. Con sus cenizas también se iba mi corazón, el último vestigio
de humanidad que aún conservaba. Huí de Atenas e inicié la vida que ya conoces.
- ¿Qué fue de Mitros?
- Al principio traté de hallarlo para
vengarme ya que en estricto rigor no me
había devuelto a mi Alia, sino una cosa enferma a la que nunca sentí
como humana. Supe que había cerrado su escuela y regresado a Egipto donde poseía multitud de seguidores. Encontrarlo no
era fácil, así que tuve una doble
agenda, iniciar un plan de conquista territorial, y acabar con ese demonio
donde estuviera.
- ¿Lograste encontrarlo?
- Sí, ¡después de 500 años, en Antioquía!
Continuará...
Tu maldad llega a extremos inimaginables, Doctor Mortis, pues me tenías encantado con este relato y cuando ya mi atención era absoluta...¡Lo dejas en suspenso! Ojalá en tu corazón negro quede algo de compasión y pronto me permitas paladear el resto de este menjunje embrujado con el que me tentaste.
ResponderEliminarBien debes saber que Batman es mi predilecto entre los llamados superhéroes y al saber que en estas virtuales páginas se venía un cuento sobre él, atento estaba a ello. Más encima aparecen dos de mis villanos favoritos ¡Qué delicia!
Hola Elwin, gracias por pasarte por aquí. Ya ves que la maldad de Mortis no tiene límites. Parece que te gustó esta historia apócrifa, espero que la segunda parte te resulte aún mejor. Otra vez gracias.
Eliminar¡Muy bueno! Me recuerda a la frase de una película "RocknRolla", "Lo que dulce empieza, amargo acaba(...)".
ResponderEliminarSaludos.
Ke laft, bien venido a ¡La Quinta Anormal! Espero te pases por acá seguido y compartas tus impresiones, consejos y correscciones. ¿Tienes tú un blog propio? Gracias por tus opiniones, a ver si la segunda parte está mejor y mira que pronto viene. Otra vez Bienvenido!!!
EliminarTengo un blog propio, nada especial ni del otro mundo: kelaft.blogspot.com
Eliminar¡Saludos y gracias!
Mi estimado,a la brevedad saborearé este cuento sobre el jusiciero de Ciudad Gótica, cruzándose nada menos que con el Doctor Mortis, antagonista de la talla de un Infinata!!!
ResponderEliminarVeo con alegría que Elwin dejó elogios para este cuento. Qué bien! espero que esté refinando sus gustos, ya que sólo le había escuhado mofas y burlas contra el Inmortal Mortis!!!
Mi querido amigo, es que al estimado Elwin hay que llevarlo a la luz, que poco a poco vaya conociendo al maestro. Espero tus opiniones.
EliminarEstimado, por fin lei este cuento, este cruce de los caminos del Murciélago de Ciudad Gótica con Mortis. Muy bueno y esperando que publiques el resto, que se intuye prometedor...
ResponderEliminar¿Hasta cuándo llega tu vileza que nos tienes esperando la continuación de este gran cuento? ¡Incluso ni te has dignado en contestarle al amigo Mfkarlos! No tienes compasión por uno.
ResponderEliminarMi querido Elwin, por motivos de la máquina de las obligaciones no he podido exhumar el siguiente episodio. Muy pronto tus deseos se cumplirán y espero que a tu satisfacción.
EliminarGracias.
Mientras me vuelvo viejo esperando la continuación de este cuento o cualquier otro nuevo post, te cuento que te he nominado a un premio entre bloggeros. Puedes enterarte leyendo lo qu escribí al respecto por medio de la siguiente entrada desde mi propia página: http://elcubildelciclope.blogspot.cl/2016/05/un-premio-honorifico-mas-para-este.html
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