Anfitrión Doctor Mortis |
Yo, Mortis, lo propongo a vuestra consideración.
EL FLORILEGIO
OSCURO
1
El libro “FLORILEGIO OSCURO", según los
especialistas, lo constituían diferentes encantamientos de brujas medievales, y
sus respectivos contra conjuros recopilados por la Orden de Predicadores en la
vieja época de la Inquisición española.
Como de muchos otros objetos de colección, se contaba la leyenda de una
terrible maldición que recaería sobre todo aquel que se atreviera a poseer, y
peor aún, leer el contenido del volumen.
La historia se remontaba al siglo XVII, después que uno de los más
grandes inquisidores, Fray Lope de Granada, azote de judíos y moriscos, fue él
mismo acusado de brujería, pues se le sorprendió practicando los conjuros
contenidos en la obra citada, misma de la que él, por lo menos en cuanto a la
recopilación, era el autor. Algunos historiadores
piensan que cuando realizaba la investigación y redacción del texto, el hombre
de Dios se vio tentado por las fuerzas del Maligno, cayendo en el pecado
gravísimo de hechicería cuya única purga posible era la muerte. Aquí las leyendas tienden a multiplicarse, ya
que por un lado se dice que Fray Lope fue entregado al poder secular que lo
decapitó. Otros, en cambio, afirman que
fue enviado a evangelizar a los moros donde lavó su falta con el martirio. En todo caso, ambos relatos refieren las
palabras del clérigo contra la obra en una estrofilla que se puede leer en la
primera página de la misma:
“Anide en ti la desdicha,
Obra de muerte y pecado,
Y por mi palabra dicha
Y por tus cuatro costados
Todo aquel que en tu presencia
Busque conocer arcanos
Que sepa el sino de antemano
Muera en dolor y en demencia.”
Algunas víctimas habría
cobrado el libro, documentadas por lo menos seis. Dos de ellas fueron muy publicitadas pues se
trataba de conocidos coleccionistas, por supuesto, todo dentro del ambiente,
noticias que nunca verías en un noticiario. Hace 50 años, Nikos Alasis, millonario dueño de una enorme
flota de cargueros, adquirió la obra después de la muerte de su hija
mayor. Desesperado buscó la forma de consolarse,
y cuando el dolor es tan grande se tiende a dejar atrás incluso las
convicciones religiosas. Alguien le habría asegurado que el Florilegio Oscuro, encontraría alguna
manera de contactarse con su querida hija.
No sé de donde lo sacó, pero se dice que una vez conseguido, pasó dos
días leyéndolo, buscando respuesta a su requerimiento. Al tercer día comenzó a gritar horriblemente;
sus sirvientes presurosos llegaron en su ayuda.
Hallaron a un Nikos Alasis golpeándose la cabeza con furia espantosa
contra una de las gruesas paredes de piedra de su salón de estudio. Cuando lograron detenerlo, se desmayó. Alterados rápidamente llamaron a su médico,
sin embargo, no fueron lo bastante preventivos.
Si se trata de un loco, las precauciones deben duplicarse; en efecto,
una vez hechas las llamadas, dicen que al volver donde su patrón, pudieron ver
cómo, con el soporte de un grueso trofeo de bronce, se rompía la nariz tan
violentamente, que toda la base nasal penetró hasta el cerebro, lo que le
ocasionó la muerte.
El otro caso, apenas hace 25 años, resultó ser el de un connotado lingüista que
vivía en el sur de Chile, en un fundo dedicado a las viñas. Allí mantenía contacto con otros expertos,
historiadores, políglotas, clérigos, con los que sostenía conversaciones
infinitas sobre esto y aquello. Se
cuenta que el día en que iba a celebrar una reunión con sus amigos, para
presentarles su nueva adquisición, fue hallado en su estudio con un removedor
de ceniza de chimenea incrustado por el ojo izquierdo, y no sólo eso, antes de
morir, habría logrado sacudir el objeto dentro de su cráneo por algunos
segundos.
Dos muertes, al menos
documentadas, y relacionadas de algún modo con el “Florilegio Oscuro”, por eso, cuando Juanjo Valdés llegó esa mañana a
mi local con el volumen, sencillamente no lo podía creer.
2
- ¿De dónde lo sacaste? –le pregunté a Juanjo, sin
todavía dar crédito a lo que tenía enfrente.
- La historia es larga, pero te la cuento sin
drama -además de ser uno de mis más valiosos proveedores, Valdés resultaba ser
un buen cuenta cuentos, un bono extra por cada una de las maravillas que me
había traído en los cinco años de conocerlo- Todo gracias a mis viejos
contactos con las monjas A... Buena
gente, sabes, pero como dice el viejo chiste: Entre las tres cosas inútiles que hay en este
mundo: que llueva en el pavimento, los cursos de idiomas y... predicarle a las monjas. Estas señoras tienen en sus conventos algunas
de las bibliotecas más increíbles de todos los tiempos, pero no las valoran en
lo más mínimo. Me enteré que las del Convento
del Carmen se cambiaban de sede, así que me fui para allá y charlando con el
jardinero me vi en la privilegiada situación de entrar en su vasta bodega de
libros, un miércoles en que ellas andaban de retiro no sé dónde. – Aquí Juanjo hizo una pausa para encender un
cigarrillo—Me deslicé entre las sombras, y a mi gusto y paciencia, pude hallar
algunas joyas, pero baratijas al lado de esta lindura.
- ¿Qué más encontraste?
- Una dulzura a la
vez. Por ahora quisiera saber si tienes
comprador para esta belleza.
- ¡Claro que sí! A pesar de su fama, está en la
red como uno de los más buscados.
- Déjamelo para hacerle algunas fotografías,
digitalizarlas y enviarlas.
Juanjo dio una bocanada.
- No hay drama –contestó- eres mi comprador
estrella ¿Te parece que vuelva en una semana?
- Más que suficiente. Si tengo noticias antes, te aviso.
- O k.
Aquella noche, era
claro, no podía dejar la obra en mi local.
Jamás me han robado, pero cuando tienes una belleza como el Florilegio
Oscuro, no tienes otra estrategia que tenerla lo más cerca posible del
corazón. Así que luego de envolverla en
una fina tela de seda que uso con obras de la misma importancia, lo llevé
conmigo a casa. No lo sabía entonces,
pero llevaba a un mensajero de la muerte conmigo
Una vez en casa, de
inmediato revisé el texto. Estaba muy
emocionado. ¡Cómo no si tenía en mis
manos una de las obras más buscadas en el ámbito de la hechicería, aunque no
creyera en ella! ¿Cómo no iba siquiera a deslizar mis ojos por tan
controvertidas páginas? ¡Quién habría podido resistirse? Yo no.
Cómodamente sentado y alumbrado generosamente
por mi lámpara de trabajo, abrí con muchísimo cuidado el libro. El empaste era muy rústico, comprensible para
una obra de manejo privado. Sus hojas
eran gruesas, ásperas, pero muy bien conservadas. La tinta era de la mejor calidad. El tipógrafo demostró maestría al combinar
claridad y belleza. El latín era
impecable, muy simple por cierto, lo que denotaba una cultura más bien práctica
que especulativa. No obstante, lo que
más llamó mi atención fue el extraño olor que despedía el texto. Todos los buenos libreros saben que el aroma
de un libro habla de la historia del mismo, de su fabricación, de sus dueños,
de su exclusividad. Hay olores como a
piel antigua, también a acelgas secas, o a madera mojada. Mucho del papel y del pegamento nos revela de
dónde viene la obra. Sin embargo frente
a mí había un olor nuevo, más bien, diferente... y tan fuerte que me obligó a retirarlo. Desde pequeño he sufrido terribles cefaleas,
migrañas espantosas que más de alguna vez me lanzaron a la cama con ganas de
romperme el cráneo contra la pared. El
olor que surgió del texto me provocó un dolor de cabeza fuertísimo, similar a
los que estoy acostumbrado a soportar.
Me vi obligado a correr hasta el botiquín y consumir una gragea del más
poderoso de mis analgésicos. Como
experto conocedor de dichos dolores, mojé mi rostro y mi nuca para refrescar el
sistema nervioso. Esperé unos momentos,
que sí fueron muy efectivos y volví al estudio del libro.
3
El
olor del texto que en principio me provocó tanto dolor, poco a poco fue
convirtiéndose en uno de los más exquisitos aromas que haya podido
disfrutar. Por supuesto, este placer
extra colaboró enormemente en la lectura del grueso volumen. El latín, el griego e incluso el hebreo nunca
han sido problemas para mí, así que pude hacer un prolongado reconocimiento con
el que comprobé que este libro era una de las colecciones más completas
acerca de hechizos, entuertos y ceremonias de magia negra. Invocaciones al Maligno, mal de ojo,
maldiciones, muertes por encargo, incluso una espantosa colección de
iniciaciones tan horribles que prefiero no recordarlas ahora. Lo que sí me llenó de escalofrío fue la copla
final, no ya una advertencia, sino un anatema, el mismo que traduje al
principio de este relato. Y en lo
sucesivo pude comprobar lo certero del mismo.
Aquella noche me acosté tarde, muy cansado por el exceso de trabajo, y
más o menos con una lista mental de los posibles clientes. Mañana, pensé, será un día ajetreado.
Puedo describir mi despertar semejante a lo que debe sentir el paciente
de un acupunturista principiante. Algo
como una aguja, exactamente así, me sacó del sueño produciéndome un dolor
enloquecedor. Justo en medio del cráneo,
detrás del ojo izquierdo, se había concentrado la madre de todas las
migrañas. Mis brazos estaban sumamente agarrotados
y sólo tendían a sujetarme la cabeza, e incluso presionarlo, intentando,
vanamente, de producir alguna destrucción de lo que me causaba aquel
sufrimiento. Corrí como pude hasta el
botiquín donde tengo mis medicamentos, y entre violentos espasmos y gemidos
espantosos, logré consumir la lunática cantidad de seis “migra-cerox”, el más
demoledor de los analgésicos capaz de lanzarte a la cama por días
completos. Dos ya eran peligrosos, seis
sencillamente mortales. No obstante, el
ataque que sufría rompía toda proporción, y yo no estaba para medidas. Me quedé allí, mojándome la nuca,
temblando. Nunca una cefalea había sido
tan repentina ni tan horriblemente fuerte.
Incluso el miedo se apoderaba de mi conciencia ante la posibilidad de
llegado el fin por algún odioso tumor, única explicación que se me
ocurría. Una enorme cantidad de imágenes
cruzó mi afiebrada y casi vencida mente.
Torrentes de figuras brumosas llenaron mi imaginación, las que, al rato,
debo decir, hubiera preferido, ya que el intenso dolor aumentada
dramáticamente. Las punzadas parecían
querer llegar hasta el cerebro.
Atravesaban mi cabeza desde la base de mi nariz, con la insistencia de
un voraz ejército. Gruesas lágrimas
caían desde mis enrojecidos ojos. Mi
respiración, agitada como un animal cansado, se entremezclaba con la debilidad
de mis piernas. Todo mi cuerpo estaba
siendo convertido en una masa inestable de dolor. Mi propia humanidad desaparecía ante mi
conciencia, listo para ver estallar mis sesos y ahí recién descansar.
Pero la hecatombe no vino, sólo
punzada tras punzada entrando más y más.
Entonces tuve una descabellada idea: destruir de raíz la acusa de mi
sufrimiento ¿Y cómo? Con una aguja, lo suficientemente larga como para llegar
al mismo centro de mi locura para allí “matar” a lo que me estaba matando. Igual que la desesperada víctima de un dolor
de muelas que comienza a rasparse para disminuir la molestia. Yo haría lo mismo en mi cráneo. Además, poseía tal objeto. Dentro de mi colección personal, guardo una
enorme hipodérmica de principios de siglo con la que se vacunaba a las reses en
el campo. Así que a pesar de mi
debilidad, fui hasta mi estudio y allí, junto a otras maravillas, en una
vitrina expuesta a la vista, se hallaba el objeto. Caminé hasta el mueble ya sin sentido
casi. Todo me daba vueltas, mis piernas
amenazaban sucumbir de un momento a otro.
En un ataque de trastorno, me di de portazos en la frente, herida de la
que aún guardo la cicatriz. Caí al suelo
como fulminado, a pocos metros de la hipodérmica. Allí, perdí el conocimiento.
4
Desperté en la cama de
un hospital. Me dolía mucho la cabeza,
aunque no con la intensidad de lo que podía recordar. Traté de incorporarme, pero el suero
conectado me dejó inutilizado por el momento.
Me sentía terriblemente cansado, como si me hubiese batido en formidable
batalla contra el dragón de San Jorge.
Me costaba respirar por una molestia en el pecho. Sí, estaba muy, muy adolorido, pero con
vida. ¿Qué me había ocurrido? A los
pocos días lo supe.
Primero, de no haber sido por la
tremenda cantidad de analgésicos ahora no podría estar contándola, en efecto,
el terrible mareo que me quitó el sentido no fueron causados por la cefalea
sino por los Migracerox, es más, su poder calmante fue tan fuerte que mi
sistema no lo soportó, y, siendo sinceros, eso me salvó la vida.. Segundo, gracias a la señora de la limpieza
que me halló en la mañana, llamando inmediatamente a la ambulancia. Estos dos hechos me salvaron. Después, tras una serie de exámenes, los médicos
lograron determinar el origen del ataque que había sufrido. Pues en el maldito libro, viviendo y
reproduciéndose hace siglos, se encontraron unos ácaros inofensivos mientras
están fuera del cuerpo, pero mortales si por causalidad los absorbes, por
ejemplo, por vía aérea. Sí, el extraño dolor
de cabeza que sufrí al principio de mi revisión del libro me indicó la entrada
en mi sistema biológico de estos microorganismos, los cuales poseían la útil
estrategia de luego enmascarar su presencia como si fueran un agradable
aroma. Entre más lo olía, más de estos
bichos entraban en mí, haciendo una pequeña colonia en mi cabeza. Luego producían la autodestrucción por el
terrible dolor que provocaban, quedándose en el cuerpo que aunque muerto les
significaba una fuente de alimento en abundancia. Ante un aparente suicidio de las víctimas
nada había que investigar. En mi caso,
no obstante, las terribles migrañas que siempre había sufrido me prepararon
para resistir mientras lograba consumir mis medicamentos, que pudieron al final
sacarme de la batalla. Es curioso, pero
la batalla contra los ácaros la gané por abandono.
Pocos días después
logré vender el libro con las advertencias del caso. Supe que el coleccionista lo tiene en una
vitrina hermética de dónde nada sale y nada entra. Antes lo hizo digitalizar, con mascarilla y
todo, así que puede disfrutar del contenido sin dificultad. Por lo menos me queda el honor de haber
descubierto el misterio del “Florilegio Oscuro” y de ahorrar a otros en el
futuro, y menos afortunados, el mal rato de una muerte tan espantosa. Ahora entiendo lo que quiso decir Fray Lope
de Granada con:
“...Muerte en dolor y en demencia.”
¡Te pasaste, compadre! La manera de rematar esta historia, al más puro estilo de "Los Expendientes-X", con cierta ciencia ficción, me pareció genial. Sinceramente he disfrutado mucho con tus ficciones y me alegro de haber dejado esta para el final (en lo que a actualizarme con tus historias se refiere)...algo así como un postre de esos finos que degustas feliz de la vida. Por último, sabes agregar muy bien esos versos con los que complementas la narración, tal como ya había leído en el cuento de "El Escorpión y la Rata" y con los que imitas muy bien este tipo de recursos literarios.
ResponderEliminarEstimado Elwin:Como de costumbre me alegra muchísimo que mis escritos tengan tan buena acogida de tu parte, ya que eres un gran lector y un experto en el lenguaje como lo indica tu título de profe. Estoy atento a cualquier tipo de indicaciones y a ver si lo que viene también es de tu agrado, gracias.
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