|
Anfitriota: Hildegard von Bingen |
Quiero comenzar estos post relacionados con las fuerzas espirituales que mueven lo humano con una rúbrica instalada en el inconsciente colectivo de occidente, aunque el mundo musulmán tiene su equivalente: El Anticristo, una figura extraña pero a la vez seductora que molesta a cierta teología moderna, pero que algunos pensadores han sabido entender en su misterio e importancia, no sólo a cierta categoría mítica de alguna fe religiosa, sino como una comprensión de la Historia, proveniente de una fe religiosa. Entendido así, la Categoría "
Anticristo" representa un punto de vista válido par comprender no sólo a la fe que la engendra, sino también a los análisis realizados desde esa visión. Nos hallamos pues, frente a una forma de teología de la Historia, que, como tal, nos entrega sugerente información sobre las bases filosóficas que la sustentan. Para algunos puristas esto no tendría que ser admitido de ninguna manera en ninguna concepción de la Historia, sin embargo, en la nada desdeñable época de tolerancia "pluralista", no laica, el presente intento de comprensión intrahistórica es totalmente válida.
El primer artículo pertenece al filósofo y teólogo alemán Josef Pieper,
SOBRE EL ANTICRISTO
Fragmento del Capítulo III de "El fin del
tiempo", Barcelona, Herder, 1984.
"No cabe mencionar ningún lapso,
ni pequeño ni grande,
tras el cual haya que esperar el fin
del mundo".
Santo Tomás de Aquino, "Contra
impugnantes Dei cultum et religionem", 3, 2, 5; nº 531.
(Fragmento)
1. En la tradición del pensamiento
occidental acerca de la historia, el estado final intratemporal tiene sobre
todo un nombre: reinado del Anticristo. Es necesario, por tanto, interpretar
con la mayor precisión posible el sentido de tal expresión.
En principio el nombre de
"Anticristo" tiene un cierto eco extraño para el oído moderno. Pero
lo que tal nombre connota y señala de realidades intrahistóricas sí que le es
perfectamente familiar y bien conocido al hombre contemporáneo. Aunque por ese
"hombre contemporáneo" no se ha de entender ciertamente toda persona
que vive hoy en cualquier parte del mundo, sino más bien quien con el sentido
despierto y diríamos que desde dentro ha conocido y vivido las últimas cosas
ocurridas en la historia humana (los regímenes totalitarios, la "guerra
total").
En la historia espiritual de la
"edad moderna" ha sucedido con la representación del Anticristo lo
mismo que con la representación de un estado final intrahistórico y
catastrófico. Todo ello pasaba por ser simplemente "la más tenebrosa edad
media". Veinte años después de la Historia de la humanidad de
Iselin, coetánea de la Crítica de la razón pura de Kant, publicó el
suizo Corrodi una Historia crítica del quiliasmo (1781-1783), en cuyo
prólogo se dice que "la historia de la exaltación es útil porque preserva
de recaídas", además de que proporciona "abundante material para la
diversión". Entre tanto esa falta de presentimiento reflexiva e ilustrada
ha asumido más bien un carácter patético. Lo mismo puede decirse de la
teología, incluso de la teología perfectamente eclesial y ortodoxa de aquella
época, que suele poner todo el empeño en suscitar una actitud marcadamente
ilustrada frente a las "antiguallas" de la concepción medieval del
Anticristo, para lo cual se aducen argumentos muy "modernos". Así, un
historiador de la Iglesia tan importante con Döllinger alude a la
"ampliación geográfica del horizonte" para explicar lo difícilmente
imaginable que resulta una persecución de la Iglesia a escala mundial; para
Döllinger es "algo casi inconcebible (...) un poder mundial que pudiera
acabar al mismo tiempo con todas las Iglesias en todos los continentes y en las
islas todas". Entretanto, ese "algo inconcebible" se ha
convertido en algo evidente a todas luces para el hombre contemporáneo.
Difícilmente habrá ninguna otra cosa con perspectivas de funcionar tan bien
como esa simultaneidad de acontecimientos, debida a la técnica, en todos los puntos
del planeta, incluidas las "islas". Sobre todo hoy ha desaparecido
por completo la divertida superioridad que el siglo de la Ilustración adoptó
frente a las representaciones medievales sobre la crueldad del régimen
del Anticristo, que se rechazaban sin más como fantasías primitivas. Sin
embargo, "después de Auschwitz", por ejemplo, el hombre sólo puede
comprobar con sentimiento que de manera extraña allí hay "algo
cierto", que, según la tradición medieval, el Anticristo lleva consigo un
horno de destrucción, una representación que el reportero ilustrado encuentra
tan primitiva como divertida.
2. ¿Qué es, pues, lo que en concreto
afirma la representación del "reinado del Anticristo"? Se ha dicho
que cuanto más afecta una cuestión filosófica a la historia, tanta mayor
necesidad tiene el que pregunta de volver a la teología. Y también se puede
decir otra cosa, y es que cuanta mayor relación tiene un concepto teológico con
las últimas cosas, con la realización de sentido de la historia, con el fin,
tanto más se pone con él en juego la teología toda. Lo cual, aplicado a nuestro
tema, significa que una interpretación recta del concepto "reinado del
Anticristo" supone que se entienden de una manera adecuada todos los
conceptos básicos de la teología o, más bien, todas las realidades
fundamentales de la historia de la salvación.
Supongamos, por ejemplo, el
convencimiento de que hay poderes demoníacos en la historia. Eso no se puede
entender en un sentido periodístico vago. "¿ Hay quien crea realmente que
existen "asuntos caballares" pero que no existen caballos, o que
existen cosas "demoníacas" pero no existen demonios?". A esa
pregunta de Sócrates se podría responder que sí, que realmente hay gentes que
hablan de cosas y hombres demoníacos pero que jamás admitirían que existen
demonios. La expresión "poderes demoníacos en la historia" afirma que
hay demonios, seres espirituales puros, ángeles caídos, que intervienen en la
historia humana. Y no es precisamente que se haya de concebir al
Anticristo como un ser demoníaco puramente espiritual; no es eso. Sino que con
ello ese fenómeno se puede entender como perfectamente posible; para poder
decir lo que es realmente el Anticristo, hay antes que aceptar la existencia de
"el maligno" como puro ser espiritual, y desde luego como un ser que
tiene poder en la historia, más aún como "el príncipe de este
mundo", al que con una fórmula extrema se le llama también "el dios
de este mundo" (2 Cor, 4, 4). (La interpretación teológica del depósito
tradicional no nos proporciona aquí representaciones suficientemente
elaboradas, y
menos aún por
cuanto respecta al dominio de la historia por parte del "príncipe de este
mundo", acerca de cuya designación Raïsa Maritain dice con razón que
difícilmente puede tratarse de una simple "ironía divina el que Cristo no
haya corregido en modo alguno al tentador, cuando le muestra los reinos de la
tierra con su gloria y le dice: "Todo esto me ha sido entregado y yo lo
doy a quien quiero" [Lc., 4, 6], como tampoco el que, según la carta de
Judas [9], ni siquiera Miguel osase pronunciar un juicio condenatorio contra
Satán"). Es necesario ante todo reflexionar sobre el concepto de
"espíritu puro" con todas sus consecuencias posibles, por difícil que
naturalmente siga siendo para nosotros el representárnoslo. De otro modo
erraríamos la categoría y la superioridad ontológica, tanto por lo que se
refiere a la inteligencia como a la energía de la voluntad, que hay que
atribuir a esos poderes demoníacos de la historia, y a cuyo servicio hay que
imaginar al Anticristo. No es que el "príncipe de este mundo" sea el
señor de la historia; pero, según la fórmula de Theodor Haecker, "él
acelera su marcha, y ése es el acontecer en parte manifiesto y en parte secreto
de nuestros días como de los días todos del mundo entero".
¡Incuestionablemente eso supone una agravación inaudita de toda la filosofía de
la historia! Sin embargo, y habla una vez más Theodor Haecker, "el
verdadero pensador e investigador a nada tiene tanto miedo como a dejar algo
del ser; ...la ruina de la filosofía europea de la historia... fue el haber
perdido ese miedo saludable".
Además, no se comprende nada de la
representación tradicional del Anticristo, si al mismo tiempo no se piensa que
existe una culpa, ocurrida al comienzo de los tiempos y que ha actuado en el
tiempo histórico, que existe un pecado original y hereditario. Aunque, por una
parte, aquí se trata de un misterio en sentido estricto, que nunca se podrá
dilucidar o entender, por otra parte, sin tal supuesto la historia adquiere un
carácter de absurdo. Pero en ningún caso se puede refrendar la representación
tradicional del Anticristo sin ese supuesto, pues que el Anticristo se concibe
como la manifestación de la radicalización extrema de la "discordia"
que por el pecado original ha entrado en el mundo histórico.
Asimismo la concepción cristiana del
"reinado del Anticristo" no se puede comprender, si al mismo tiempo
no se reconoce que el pecado original ha sido superado por el Logos hecho
hombre, que también y precisamente es el vencedor del Anticristo. No se
entiende nada del Anticristo si, pese a todo su poder en la historia, no se le
reconoce como a alguien que en el fondo ya está vencido.
Es necesario, además, tener una
concepción adecuada de lo que es un "mártir" y de lo que en el fondo
significa el testimonio de sangre. Cuando, por ejemplo, E.R. Curtius en un
estudio sobre la Doctrina histórica de Toynbee habla de las Iglesias
cristianas y plantea la pregunta de: "¿Están reservadas para un martyrium
que pueda salvarnos de la tecnocracia?", la primera parte de dicha
pregunta responde por completo a la situación interna del estado final;
mientras que la parte segunda de ese interrogante -si el martirio de la Iglesia
puede salvarnos (realmente ¿ a quién?) de la tecnocracia- parece indicar en su
forma de oración de relativo que los factores de la situación escatológica
están vistos en principio de una manera falsa,
hasta el punto de que tampoco la
figura teológica del Anticristo, aun en el caso de que pareciera un pretexto,
no se puede entender adecuadamente como una figura especial que esos factores
introducen en el juego de fuerzas históricas.
3. Y una vez más nos preguntamos:
¿qué sentido tiene la representación del reinado del Anticristo como estado
final intrahistórico?
Se dice ante todo, per negationem,
que el verdadero tema de la historia universal no es simplemente, en fórmula de
Goethe, la fe y la incredulidad y la lucha entre ambas, sino que de una manera
mucho más concreta ese tema es la lucha en torno a Cristo. Si realmente la
figura que domina el escenario de la historia al final del tiempo es el
Anticristo, quiere decirse que el actor principal de la época última es
inequívocamente un personaje referido a Cristo. Cabe suponer que tal afirmación
sonará en los oídos del hombre contemporáneo (en el sentido antes explicado)
con mucho mayor sentido y verosimilitud que en los oídos de un liberal
"cristiano" del siglo XIX. Con ello se dice que la historia no se
desarrolla en el terreno neutral de la "cultura", de las "realidades
culturales"; más bien podría "ser la "neutralidad" del
liberalismo frente a Cristo un mero estadio de transición". En el siglo
XIX tal vez pudo parecer que el cristianismo se iba olvidando sin más poco a
poco, que en el mundo iba a imponerse una cultura meramente profana, entendido
el "profana" en el sentido de neutralidad, hablando del cristianismo
ni de un modo positivo ni tampoco negativo. Quizás esa opinión pueda prevalecer
todavía hoy, por cuanto que están en tela de juicio los campos de lo "cultural"
no directamente "existenciales", medios y no obligatorios
(literatura, arte, circenses, economía). Mas tan pronto como esos campos
de la categoría existencial se someten al ejercicio del poder político, de
inmediato se habla de forma explícita y hasta casi exclusiva del cristianismo;
y desde luego como de un poder de la résistance, del
"sabotaje". Dicho en lenguaje cristiano: se habla del cristianismo
como de la ecclesia martyrum.
|
"Predicación del Anticristo" de Luca Signorelli |
Así como el mártir, hablando en un
sentido intrahistórico, es una figura de orden político, así también el
Anticristo es una manifestación del campo político. No es algo parecido a un
hereje, a un disidente, que sólo tenga importancia dentro de la historia de
la Iglesia mientras que el resto del mundo no necesita tener noticias de
él. La potentia saecularis, el poder mundano sería -según lo afirma
Tomás de Aquino- el verdadero instrumento del Anticristo, que es por esencia
alguien dotado de poder. Los tiranos y gobernantes violentos, que persiguen a
la Iglesia serían -y continuamos citando al Aquinatense- los representantes (quasi
figura) del Anticristo. A éste, pues, no se le concibe al margen del
terreno histórico, sino que más bien es una figura eminentemente histórica,
toda vez que la historia es primordialmente historia política. Con ello se dice
simultáneamente otra cosa, a saber: que el fin no ocurrirá en el sentido de un
caos, en el que una multitud de potencias históricas se enfrentan entre sí,
llegando paso a paso por ese camino a una disolución general de los entramados
y estructuras, produciendo al final una especie de descomposición. Sino que al
final habrá una figura soberana dotada de
un poder inaudito,
y que bien mirado no establece un verdadero orden. Al final de la historia se
impondrá un pseudo-orden sostenido por un abuso de poder. Que el nihilismo, al
que caracteriza "la relación con el orden" a diferencia del
anarquismo, "más difícil de descubrir porque se camufia mejor"
-siendo ésta una observación aguda del analista Ernst júnger- tiene una
referencia escatológica oculta. La designación de "pseudo-orden" es
también atinente en el sentido de que tiene éxito el "engaño", siendo
desde luego un elemento de la profecía sobre el fin el que la "desolación
del orden" del Anticristo se considere como un verdadero y auténtico
orden. La concepción de un andamiaje social puramente organizativo, en el que
"funciona sin estridencias" todo "lo técnico", desde la
producción de bienes hasta la higiene, y que en el fondo sigue siendo un
entramado de desorden, es una idea que no está lejos de la experiencia
contemporánea. Tal vez el pseudo-orden del reinado del Anticristo después de un
tiempo de "desórdenes" en grado máximo, como los que según el sentir
de Toynbee suelen proceder al establecimiento de un Estado universal, será
saludado como una liberación (con lo que una vez más se confirmaría
precisamente el carácter del Anticristo como un Pseudo-Cristo).
Otro de los rasgos que se ha de
atribuir al Anticristo es el de una figura, cuyo poder político se extiende a
toda la humanidad. Es el señor del mundo. En el mismo instante en que se
haga posible el dominio universal en sentido pleno, también será realmente
posible el Anticristo. A ello responde el otro estado de cosas inherente: el
mensaje cristiano llegará a conocimiento de la totalidad de los pueblos de la
tierra políticamente colonizados: "Este evangelio del reino será predicado
en toda la tierra como testimonio para todos los pueblos; y entonces llegará el
fin" (Mt, 24, 14). Esto la teología no lo entiende en el sentido de que la
religión cristiana tenga que reportar una victoria sobre el mundo, sino como un
estado de cosas en que será posible (y hasta apremiante) tomar una decisión a
favor o en contra de Cristo en toda la faz del planeta. Es necesario evitar
aquí un malentendido: la doctrina tradicional del Anticristo no dice que
no pueda darse ninguna soberanía universal fuera del Anticristo. La
constitución de un Estado universal, como la que pareció intentarse con un
alcance histórico en los años posteriores a la segunda Guerra Mundial, puede
muy bien convertirse algún día en un legítimo objetivo de la actividad
política. Se ha dicho, por lo demás, que con ello la humanidad entrará en un
nuevo "estado de agregación", en un estado en que el reinado del
Anticristo resulta posible y en un sentido incomparablemente agudo: "una
organización mundial podría traer la más funesta e insuperable de todas las
tiranías con el establecimiento definitivo del reinado del Anticristo"
(una frase que ya se ha citado).
Desde esta perspectiva adquiere
especial importancia otra afirmación acerca del Anticristo, contenida asimismo
en la tradición. El Anticristo llevará a cabo sobre la Tierra una increíble
potenciación del poder, y ello no sólo en extensión sino sobre todo en
intensidad. El Estado mundial del Anticristo será un Estado totalitario en
un sentido extremo. Lo cual, sin embargo, no está condicionado
únicamente por el afán de poder y la superbia del propio Anticristo,
sino también por la
naturaleza misma
del Estado mundial. Trocarse de la noche a la mañana en un Estado totalitario
es el peligro interno de un imperio mundial, peligro que viene dado
directamente con la misma forma de montaje, un imperio que per definitionem no
tiene vecinos, y ello coincide de repente con las islas políticas de las
utopías. He aquí lo que el historiador Iiberal Edward Gibbon dice del Imperium.Romanum:
en él pudo arrancarse de raíz la libertad "porque no había ninguna
posibilidad de huir"; "si la soberanía caía en manos de un solo
individuo, el mundo entero se convertía en una prisión segura para sus
enemigos". Con ello enlaza justamente la conclusión consignada en un
diario de la última guerra: en contra de la "organización mundial
unitaria" -que sin duda va a llegar- "desde el punto de vista de la
libertad se puede objetar que ya no habría lugar alguno al que se pudiera
emigrar". El reverso del ideal kantiano, que desde luego se lograría en un
Estado universal, y es que ya no habría propiamente guerras
"exteriores", estaría en que en lugar de la guerra entrarían las
acciones policiales, que muy bien podrían adoptar el carácter de campaña contra
los animales dañinos.
Esa tendencia, condicionada por su
misma estructura, de una organización mundial a convertirse en
"totalitaria" es algo que se viene repitiendo una y otra vez desde
hace largo tiempo, aunque su valoración puede ser tanto positiva como negativa.
Ahí está la frase de Lenin: "Toda la sociedad se convertirá en una oficina
y en una fábrica con el mismo trabajo e igual salario"; y ahí está
el "socialismo organizativo" que saluda al "ejército mundial de
los trabajadores" como un Estado universal que está llegando. Ahí están,
por otro lado, las últimas cartas del anciano Jacob Burckhardt a Friedrich von
Preen, en las que le habla de "la gran autoridad venidera", a la que
nadie conoce ni se conoce ella misma, pero a cuyo servicio trabaja ya el
radicalismo que todo lo nivela, y ahí está, finalmente, la frase de un político
moderno: "El mundo evoluciona hacia un centro de poder absoluto, hacia un
absolutismo universal". Y por lo que respecta a los propósitos de
"resistencia de la libertad" recientemente se ha expresado la
sospecha que sin duda alguna se ha cumplido en el sentimiento de futuro de
muchos coetáneos clarividentes: "De cualquier lucha por el mantenimiento
de la libertad la substancia de esa libertad sale un tanto disminuida, porque
para poder defenderla de una manera realmente eficaz contra sus enemigos, hay
que prescindir de una parte de la misma, y esa parte ya no se recupera".
En la esencia de un imperio, que aúna
a reinos y pueblos desarrollados y en la esencia del César -así lo dice Erik
Peterson- entra el que salten las instituciones; es decir, la disolución de las
formas de vida social arraigadas en la tradición y su sustitución por nuevas formas
e instituciones políticas; cosa que se puede ver ya en la configuración interna
del Imperium Romanum (gritaban los judíos: No tenemos más rey que al César).
Pero como se abandona "la base de lo institucional en el imperium",
por eso surgen también y ante todo una situación, en principio nueva, dentro
del ámbito religioso. La imagen del acuerdo entre Iglesia y Estado, "que
se contraponen como dos instituciones y que como tales instituciones tienen
también que encontrar un modus vivendi", es una imagen que, como
dice Peterson, pierde su validez en
el imperium. Y
ya no se trata de un arreglo, sino de una "lucha": "El culto de
los viejos dioses estatales podía ser tolerante, el culto imperial tenía que
ser necesariamente intolerante". En este análisis, que apunta mucho más
allá de su objeto inmediato, se señala algo acerca de la situación interna de
un imperio mundial escatológico, cuyas formas previas no resultan extrañas por
completo al hombre contemporáneo. Con la estructura del imperio universal parece
incluso imponerse diríamos que una oportunidad negativa de que la posición
pública de la Iglesia cambie como en virtud de un proceso de mutación. Ya no
existe la posibilidad de conformar las ordenanzas públicas desde el ámbito
de lo sagrado, sino que frente a un poder absoluto, sumamente potenciado y al
que no limita ningún vínculo tradicional, la Iglesia se encuentra en el papel
de la ecclesia martyrum.
Ese peligro, que se podría decir
condicionado por las mismas circunstancias objetivas, se agudiza realmente
ahora -así lo dice la tradición- hasta sus límites extremos por la persona
del Anticristo, que llega por encargo del ángel caído por una voluntad
de poder, y en cuyas "proclamas egoístas alcanza su culminación
demoníaca la historia de la autoapoteosis humana", y que precisamente es
aceptado justo en razón de su pretensión extrema de poder: " Si
viniera algún otro en nombre propio, a ése sí le recibiríais" (Jn, 5, 43).