Anfitrión: Siniestro Dr. Mortis |
DUELO
DE
SOMBRAS 3
Advertencia: Hay una falla del Blog que destaca con blanco un sector del texto. Ignoramos a qué se debe y cómo quitarlo. Si alguien tiene alguna idea, se lo agradeceríamos.
Sinopsis: En el
capítulo anterior, vimos cómo
Batman se enfrentaba
a la brutalidad
de los seguidores del ser al que
llaman “Maestro”. Gracias a Pregunta
logra encontrar a un informante, nada menos
que un clérigo, el Padre Patrick Libby, quien le
revela la verdadera
naturaleza de su enemigo,
además del su verdadero nombre ¡Mortis!
I
Si
observamos la naturaleza de las cosas, fríamente, sin apasionamientos ideológicos,
sin pre-comprensiones filosóficas, nos percataremos que, en el inicio de todo
movimiento existen dos oscuridades, dos gemelas idénticas que, por descuido o
desidia, pasan inadvertidas a los habitantes de este mundo. Son, realmente, dos
entidades antagónicas, enemigas irreconciliables que buscan la dominación de la
otra, y de ser posible, su destrucción. No son dos caras de la misma moneda, ni
dualistas entidades inseparables, imposibles de vivir la una sin la otra,
propias de un universo maniqueo; son más bien, desde un eón ya olvidado, competidoras
por el más difícil de los tronos: el siempre veleidoso y a la vez fecundo corazón
humano.
La segunda Oscuridad, dispara sobre el alma humana
un brutal fuego
purificador, una erupción llena de aparente desolación y catástrofe, que deja a la razón y al espíritu, sumido en un marasmo tan intenso y doloroso, que para muchos es el inicio de la desolación definitiva. Sin embargo, frente a la misma demencia, oponiéndose a la misma fuerza de la imparable y todopoderosa sin razón, esta Oscuridad aguijonea al titán dormido, al noble león enjaulado, al águila perdida, a despertar de su insoportable letargo, a levantar el luminoso símbolo de bronce en medio del desierto lleno de mortales serpientes, y entonces, lo obliga a erguir un motivo, un sol nuevo en el tenebroso reinado de la muerte. Esta Oscuridad, acompaña al nuevo señor de este reino reconquistado, le advierte de los sempiternos peligros, le anticipa las cicatrices, lo despierta del ensueño y lo aconseja en la decisión. Propone nuevos parámetros, profetiza sobre el curso de la historia, aplasta junto al nuevo monarca a las alimañas porfiadas e infecciosas que insisten en quedarse, en interrumpir y retrasar la gloriosa travesía hacia la plenitud. Y entonces, cuando lo tenemos todo, como acto supremo, como el signo más irrefutable de nuestro dominio, lo compartimos todo entregando lo único que sostiene toda nuestra loca, frágil y convencida soberanía: El amor a la vida.
purificador, una erupción llena de aparente desolación y catástrofe, que deja a la razón y al espíritu, sumido en un marasmo tan intenso y doloroso, que para muchos es el inicio de la desolación definitiva. Sin embargo, frente a la misma demencia, oponiéndose a la misma fuerza de la imparable y todopoderosa sin razón, esta Oscuridad aguijonea al titán dormido, al noble león enjaulado, al águila perdida, a despertar de su insoportable letargo, a levantar el luminoso símbolo de bronce en medio del desierto lleno de mortales serpientes, y entonces, lo obliga a erguir un motivo, un sol nuevo en el tenebroso reinado de la muerte. Esta Oscuridad, acompaña al nuevo señor de este reino reconquistado, le advierte de los sempiternos peligros, le anticipa las cicatrices, lo despierta del ensueño y lo aconseja en la decisión. Propone nuevos parámetros, profetiza sobre el curso de la historia, aplasta junto al nuevo monarca a las alimañas porfiadas e infecciosas que insisten en quedarse, en interrumpir y retrasar la gloriosa travesía hacia la plenitud. Y entonces, cuando lo tenemos todo, como acto supremo, como el signo más irrefutable de nuestro dominio, lo compartimos todo entregando lo único que sostiene toda nuestra loca, frágil y convencida soberanía: El amor a la vida.
En ciudad Gótica, este es el duelo que sus
inocentes habitantes, sin saberlo, están presenciando. Dos guerreros, cada uno desde
un lado del campo de batalla, a punto de mirarse a los ojos y definir el curso
de la ciudad más tenebrosa del mundo.
II
Las señales estuvieron ahí. Difíciles,
imprecisas y hasta imposibles, pero estuvieron ahí. Los noticiarios no perdieron
su tiempo en anunciarlas, los
periódicos no las comentaron y, por cierto, más de algún testigo prefirió guardar silencio ante el riesgo de ser considerado un pobre y completo demente. Porque ¿quién pondría atención a los delirios de dos borrachines desocupados que en el muelle vieron cómo salían del mar a seres repulsivos con cierta apariencia antropoide que avanzaron hacia la primera alcantarilla para desaparecer sumergiéndose en ella? ¿O quién consideraría siquiera el relato del viejo Connors, cuidador del cementerio Principal de Gótica, que aseguró a su supervisor haber visto a una niña, blanca como la nieve, tomada de la mano con un simio, y que juntos recorrían las tumbas y mausoleos? O ¿quién repararía en un enfermo que apenas se mueve y que de vez en cuando algunos lo vieron devorar los restos de animales en los basureros? Y ¿quién pondría atención a la desaparición de los callejeros, hijos del olvido y el hambre?... Pero sí hubo uno, El Justiciero de Gótica, y por allí comenzó la atención de las fuerzas oscuras que poco a poco tejían una telaraña a su alrededor. Las señales estuvieron ahí.
periódicos no las comentaron y, por cierto, más de algún testigo prefirió guardar silencio ante el riesgo de ser considerado un pobre y completo demente. Porque ¿quién pondría atención a los delirios de dos borrachines desocupados que en el muelle vieron cómo salían del mar a seres repulsivos con cierta apariencia antropoide que avanzaron hacia la primera alcantarilla para desaparecer sumergiéndose en ella? ¿O quién consideraría siquiera el relato del viejo Connors, cuidador del cementerio Principal de Gótica, que aseguró a su supervisor haber visto a una niña, blanca como la nieve, tomada de la mano con un simio, y que juntos recorrían las tumbas y mausoleos? O ¿quién repararía en un enfermo que apenas se mueve y que de vez en cuando algunos lo vieron devorar los restos de animales en los basureros? Y ¿quién pondría atención a la desaparición de los callejeros, hijos del olvido y el hambre?... Pero sí hubo uno, El Justiciero de Gótica, y por allí comenzó la atención de las fuerzas oscuras que poco a poco tejían una telaraña a su alrededor. Las señales estuvieron ahí.
La sombra del hombre se alargaba huyendo
del molesto farol que alumbraba la esquina. Iba vestido formalmente, con un
sobretodo de alas levantadas y un sombrero que lo ocultaba de cualquier mirada indiscreta.
A esas horas nadie transitaba por la calle así que logró sacar la tapa de la alcantarilla
sin dificultad y sin ser visto para luego perderse en las profundidades
apestosas de las cloacas de Gótica. Apenas una pequeña linterna lo guiaba, disputándole
espacio a las voraces y enormes ratas que lo miraban con evidente furia.
- ¡Maestro, Maestro! ¿Dónde estás?
No gritaba, pues sabía que aquel a quien
buscaba podía escucharlo a través de los túneles laberínticos que ahora
sorteaba. Sabía que aquel ser al que reverenciaba podía identificarlo, podía
distinguirlo entre el bullicioso caer de los desperdicios y el ruido
insoportable que llegaba desde las calles.
-¡Maestro, tengo algo muy importante que
decirte!
Caminó unos metros, fue así que escuchó
ese ruido gutural e inquietante que le congeló la espalda. Eran los “otros”
hijos del Maestro, aquellos elegidos para formar parte de su ejército
insaciable y que maduraban poco a poco al cuidado de las pestilencias que
aquella agua corrompida llevaba al indefenso mar.
-¡Maestro!, ¿puedo entrar?
Desde la profundidad de la cloaca, el
hombre escuchó una oscura y a la vez seductora voz:
- ¿Qué sucede, hijo mío? ¿Qué puede ser tan
urgente?
- Maestro, el Hombre Murciélago sigue preguntando.
Ya no está solo, tiene un poderoso aliado, un amigo suyo quien le ha traído a uno
de los hombres del signo. Es peligroso, Maestro.
- ¿Y qué es lo que sabe?
-Vino preguntando acerca de las nobles hijas
que se han entregado a la causa. Ahora mismo se encuentra con el hombre del
signo y su aliado tratando de comprender qué pasa. Temo que estén hablando de ti,
Maestro. Tu invisible presencia será revelada al Defensor de Gótica. Y
entonces…
- Ya, ya, hijo mío, gimoteas con
decepcionante agitación. ¿No sabes quién soy?
- Sí, noble Maestro, no dudo de tu
fuerza... es que… he visto al Caballero Oscuro derrotar a tantos, tal vez su
triunfo…
- Y tú, pequeño ¿qué sabes del triunfo?
Mira a tu alrededor, fíjate cómo se alimentan tus hermanos, cómo cada vez se hacen
más fuertes.
El hombre miró y con la débil luz de su
linterna logró observar a un número impreciso de figuras que alguna vez fueron
humanos, los vio devorar la carroña que les traía el fluir inmundo de las aguas
muertas de la alcantarilla, consumían con desesperada fruición, con enojoso
deleite aquellas migajas pestilentes que la ciudad les ofrecía.
- Pronto tomarán su lugar en la superficie,
pronto esparcirán por calles, avenidas y casas la fuerza irresistible de mi
voluntad. Por cada mordida que den en la carne viva de los insolentes habitantes
de Gótica, mi ejército se acrecentará y desde aquí llegaremos al resto del
mundo.
- Y yo, Maestro, ¿cuándo seré parte de
tu milicia? ¿me darás un lugar a tu lado?
El hombre cayó de rodillas, sollozando
con la cabeza inclinada sin decir palabras. Entonces, desde la profunda oscuridad
emergió una extensión de sí misma, apenas perceptible, que se acercó al sujeto.
Algo similar a una mano se posó sobre él diciendo:
- Tráeme una ofrenda, hijo mío, y verás cómo
recompenso a quienes me sirven bien.
- Sí, Maestro, eso haré, estarás
orgulloso de mí.
El individuo se puso de pie y volvió sus
pasos hacia la alcantarilla. Detrás, una risilla siniestra llenaba lo ancho del
horrible albañal.
III
Los vio desde la otra esquina. El hombre
del signo, el Murciélago y aquel que no tenía rostro. ¡Cómo osaban criaturas
tan miserables oponerse a los deseos del Maestro! Por fin tenía un propósito,
un verdadero sentido, una cruzada que le había devuelto a este mundo con
verdaderas noticias del más allá. Le debía todo al ser que llamaba su Maestro y
no dejaría que nada ni nadie se interpusiera.
Recordó el día en que decidió terminar
con todo. Su aburrido trabajo, su inútil labor social, su insufrible
matrimonio, todo le parecía una mala broma, una insoportable burla de la que tenía
que escapar. Así, una noche, listo para volarse la cabeza, en el máximo despliegue
de valentía del que le fue posible, con una tenue voz que lo conmovió hasta lo
más profundo…, El le habló.
Sí, le habló con una belleza
inconmensurable, con respeto, con una delicadeza artística solo posible a
espíritus superiores. Sus palabras llenaron el vacío de su corazón, abrieron
las cerradas cavernas de su tristeza para ofrecerle un motivo, un propósito inesperado,
una misión tan inesperada, que su entendimiento estalló de alegría.
-Hijo mío, ¿a quién sirves? – fueron sus
primeras palabras.
- Al mundo, al ser humano.
- ¿No lo ves, hijo mío? La pobreza en la
que tus hermanos se encuentran, la escoria que les sirve de hogar, no son más que
migajas de la verdadera existencia a la que han sido llamados.
- ¿Cuál es esa existencia?
- ¡La eternidad de la muerte, la soledad
infinita, la madurez absoluta!
- ¿Y cómo viviremos semejante
existencia?
- En la fortaleza de la carne, porque
sólo huesos y sangre tienen la fuerza del devenir. Confía en mis palabras, trae
a otros a las oscuras cimas de la liberación, y verás cómo la tiniebla te acoge
y sana tu dolor.
Y lo hizo. Trajo para el Maestro a los
desposeídos, a los torturados, a los despreciados de la calle, a aquellos que
nadie recuerda, a los que se pierden para siempre en el rincón de un puente o
en la fría sombra de una alcantarilla. A esos, su Maestro les dio tanta vida,
que estuvieron dispuestos a perderla y cuando lograron estar listos, caminaron
entre los habitantes de Gótica, sin apenas ser vistos.
Supo que las promesas del Maestro, eran ciertas.
Muchos se le unieron.
Debía intervenir con cuidado, por eso
fue a advertir a su amo y señor sobre el pequeño ejército que parecía oponérsele.
Como sea, debía asegurar el éxito y así el Maestro le mostrará su gratitud.
Volvió a la superficie, urdiendo planes contra el Hombre Murciélago.
IV
Esa misma noche, Batman permaneció revisando
el material que el clérigo le había entregado. Su mente, saturada de información,
trataba de ordenar en claros términos, la espantosa revelación que se le estaba
entregando. Para contar con un respaldo, grabó sus reflexiones:
“Hablamos de la existencia de un ser tan
poderoso, tan mortal e inteligente, que casi se diría que se trata de una
deidad. De hecho, algunas culturas lo identificaron con el dios Báfomet, divinidad
siniestra que se gozaba en ser llamado “Padre del Templo de la Paz de Todos los
Hombres”, quien a su vez sería asociado con cultos satánicos. Tal
relación sería indebida, ya que no se trata de un demonio en el sentido
religioso de la palabra. En efecto, a este ser se le puede vencer con la religión,
pero también con la ciencia. De acuerdo al padre Libby, el error por centurias fue
que ambas formas de conocimiento no se unieron para acabar con el monstruo, de
hecho cuando en el siglo XX el C.E.E.H. y la Iglesia Católica se aliaron para
detenerlo, solo entonces se logró confinarlo en lo que se llamó el “sarcófago
de marfil”. En algún momento, dicha entidad habría sido capturada y enviada al
espacio, pero por razones desconocidas se le trajo de vuelta. Su confinamiento
se mantuvo en secreto aunque trascendió que se hallaba en alguna de la infinitas
islas del sur de Chile. Dicho lugar fue conocido como Isla M.
A este ser se le atribuyen las más terribles de las acciones contra la
humanidad, siendo comprobables, la creación de los vampiros, licántropos,
zombis, mutantes, anti-hombres e incluso alguna que otra manifestación
extraterrestre. Se le relaciona con la criatura de Víctor Frankenstein, la
jauría de los Valeris, el autómata de Hoffman, los musgantropos, los crímenes
de la Rue Morgue y algunas de las más repulsivas atracciones de Barnum.
Posee una pléyade de incondicionales seguidores conocida como “La
Cofradía”, quienes están dispuestos a entregar su vida con el único propósito
de complacer a su líder, a quien llaman “Maestro”. Este ser parece tener un
control casi religioso sobre sus incondicionales, ignorando hasta el momento
qué es exactamente lo que él les ha dado o prometido a cambio.
Disfraza su presencia con anagramas de su nombre Mortis, por ejemplo,
Tyss Morgan, M. S. Ryot, Barón de Ist Mohr, Doctor Sitrom, Mitros, Tormis y
muchos que ni siquiera imaginamos.
Ahora bien, se sabe que la Cofradía logró encontrar la isla M y que ha liberado
al monstruo, entonces ¿cuál es el siguiente movimiento? ¿Intentará una vez más destruir
la vida en este planeta? ¿Acaso Ciudad Gótica está en la mira de este ser aterrador?
¿Cómo enfrentarlo, cómo se detiene a la muerte misma?”.
En ese momento de profundas reflexiones, el encapotado miró el particular
objeto que había dejado encima de su mesa de trabajo. Era una cruz de colgar, que
el anciano clérigo le entregó antes de separarse.
“- Herr, Batman, acepte este humilde obsequio.
- No creo en talismanes, padre Libby.
- No es un talismán, véalo como un recurso. Ciencia y religión, ciencia y
religión”.
El cansancio terminó por rendirlo.
Intranquilos sueños poblaron su descanso. Era como si su
mente, siempre en acción, estuviera anudando oscuros e inquietantes hilos,
tejiendo una red mortal no solo sobre su cabeza, sino también sobre su vida,
incluso su alma. Una imagen comenzó a formarse entre las demás que desdibujadas
bailoteaban en un escenario irreal y pavoroso. Las sombras de Gótica, los edificios,
los callejones infectos de miedo, odio y soledad, ahora lo rodeaban gritándole de
todas partes, tratando de absorberlo, de llevarlo hacia un abismo donde solo la
tristeza lo recibiría. Irreconocibles extremidades surgían de todas partes
aferrándose a él, mientras con la sola fuerza de su voluntad, el Justiciero
Nocturno trataba de volver a la superficie de su propia desesperación. Apenas
podía moverse, siquiera podía dominar la ventisca de pensamientos que lo
atormentaba. Por fin, en medio de la locura, pudo gritar:
- ¡No puedo salvarlos
a todos! ¡No puedo salvarlos a todos!
Comenzó a correr, sin rumbo, solo correr, huyendo de no sabía
qué ni hacia dónde. El camino de repente se elevó como una escalera y en cada peldaño
lo esperaba la figura burlona de alguno de sus mortales enemigos. En el primer escalón
Matadero, en el segundo Hugo Strange, en el tercero Man-Bat, en el quinto El
Idiota, y así subiendo, como escalando en peligrosidad; ya en los últimos peldaños,
Rash Al Ghul, Pingüino, Dos Caras, Scarface, Bane, Espantapájaros, Guasón,
hasta llegar a la cumbre donde un trono aparentemente vacío llenaba todo el
espacio. Ya cansado, cayó de rodillas. Una voz surgió del trono, donde ahora
aparecía la extraña silueta de un ser hecho de oscuridad, apenas dos hilillos
de mortecina luz se contemplaban en lo que parecía el rostro de la figura:
-¡Es cierto, -dijo- no puedes salvarlos a todos!
Y cayó por una grieta, como si se tratase
de un pozo infinito donde no había nada de qué asirse, precipitándose hacia lo desconocido,
hacia una dimensión tan profunda que acabó por perder la conciencia. De pronto,
despertó en un callejón, sí… aquel callejón… pero esta vez, había un cambio, una
variación siniestra que lo paralizó. Sus padres, de rodillas y gimiendo, se inclinaban
ante una sombra, una oscuridad que parecía mirarles con repulsiva superioridad.
Dos formas aparecieron tambaleándose, acercándose
hacia él; apenas a unos centímetros, reconoció, destrozados, a Alfred y Robin,
pidiendo ayuda:
- ¡Sálvanos, sálvanos!
- No puedo, no puedo.
Sus débiles trazos se disolvieron en la
espesa niebla que lo rodeaba, donde voces lejanas parecían gemir rogando por una
ayuda que no podía llegar.
Fue en ese momento cuando sus padres le
hablaron:
- Y a nosotros, hijo ¿podrás salvarnos?
La Cosa comenzó a crecer rodeándolos,
casi engulléndolos, como si pudiera devorarles no solo en su carne si no en su
propia existencia
- ¿Cómo los salvo? ¿cómo los ayudo?
- Hijo mío -dijo lo que apenas parecía
ser su padre- no nos dejes, sálvanos del… Monstruo.
-
¡No, a ellos no! ¡No!
Su propio grito lo sacó del sueño.
Sudaba abundantemente.
Con el índice y el pulgar apretó la comisura de sus ojos. Respiró hondo y profundo. Se volvió para pulsar el botón de llamada de Alfred, cuando… lo vio. Justo en medio de la cueva, a unos pocos metros del bat-móvil, el horrible ser hecho de oscuridad se erguía con espeluznante triunfo. Sin pensarlo, Batman reaccionó lanzándole un par de shuriken que sencillamente atravesaron al espantoso visitante.
- ¿En serio crees, que tus pobres juguetes
pueden dañarme?
Y la Bestia avanzó hacia el defensor de
Gótica, como si se deslizara por el aire.
- Ven conmigo, Señor Nocturno, yo te daré
lo que tu corazón siempre ha deseado, yo puedo devolverte a tus padres.
El Hombre Murciélago comenzó a lanzarle
todo lo que tenía a mano, mientras el Monstruo avanzaba sin ser detenido. Una
risilla repulsiva salía de lo que parecía ser su boca, llenando los ecos más
profundo de la cueva, llegando hasta el fondo del alma del defensor. En un
arranque de desesperación, Batman le arrojó la cruz de colgar que le había obsequiado
el padre Libby, y solo entonces, el monstruo dio un fuerte rugido desvaneciéndose
entre chillidos nauseabundos , y…
Bruno Díaz despertó inquieto en su cama,
temblando, con la boca seca y un fuerte dolor de cabeza.
- Todo no fue más que una pesadilla. Una
horrible pesadilla.
Se incorporó y llamó al fámulo:
-
¿Le sirvo el desayuno, señor? – preguntó Alfred.
- Prepara el carro, viejo amigo, vamos a
Empresas Díaz. Ya sé cómo combatir a La Bestia.
Continuará...
Continuará...